martes, 19 de agosto de 2008

Solidaridad con los indígenas amazónicos/ Rodrigo Montoya

SOLIDARIDAD CON EL MOVIMIENTO INDIGENA AMAZONICO EN PERU

Rodrigo Montoya Rojas *
Lima 18 de agosto 2008

Mientras escribo este artículo, los pueblos indígenas de la Amazonía se rebelan contra el Estado peruano y aparecen como un actor político por primera vez en su historia. Se cansaron de pedir y ahora exigen con firmeza. Para ser oídos convocaron al gobierno a una “mesa de diálogo” en San Lorenzo, muy lejos de Lima, a orillas del río Marañón, un poco antes de que este cambie de nombre para llamarse Amazonas. Los pueblos indígenas Awajun, Wampis, Matsiguenka y Shipibo cercaron a la petrolera argentina Perú Petro, una hidroeléctrica y, además, bloquearon algunas carreteras en las provincias de Bagua y Utcubamba en Amazonas, Datem, en Loreto, Echarate en Cusco y en Iparía, Ucayali. Como el gobierno no escucha a nadie que no bloquee carreteras y puentes, la lección ha sido aprendida por los pueblos amazónicos luego de la rebelión última de Moquegua.

Los insurgentes exigen que el gobierno derogue los decretos legislativos, sobre todo los 1015 y 1073, impuestos sin diálogo ni concertación alguna con los propios indígenas como ordena el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, firmado por el Estado peruano. Estos decretos legislativos facilitan el camino para la venta de tierras y entrega de recursos amazónicos a las grandes empresas transnacionales, de acuerdo al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, firmado por le ex presidente Alejandro Toledo. Hace dos años y medio, el candidato García prometió retirar la firma del Perú de ese tratado; una vez elegido presidente, este señor se convirtió en el mejor aliado de Estado Unidos junto con Uribe de Colombia y Bachelet de Chile, como un ejemplo maravilloso de la contradicción permanente entre el decir y el hacer. Preocupado por la inversión capitalista de las multinacionales como único recurso para resolver el problema de la pobreza, el Sr. García exige que los indígenas amazónicos, a quienes insulta llamándoles “perros del hortelano, que no comen ni dejan comer”, usen sus tierras para producir capitalismo o las vendan si no pueden. El derecho de propiedad indígena no es como el derecho de propiedad del resto de ciudadanos de primera categoría. ¿Quiénes pueden cuestionar la propiedad de las multinacionales en Perú? Sólo “los comunistas y enemigos de la patria”, dicen los apristas. ¿Quiénes pueden cuestionar el derecho de propiedad de los pueblos indígenas? El presidente García y su partido aprista, en nombre de la democracia y de la inversión capitalista.

Una información adicional es pertinente en este punto. De acuerdo a las leyes que de peruanas tienen sólo el nombre, quienes poseen la tierra en Perú sólo son dueños de la materia física llamada tierra, tierra pelada para decirlo sin rodeo alguno, no de sus aires –bosques- ni del subsuelo –gas, petróleo, minas- ni de las aguas de sus ríos en cuyas arenas se encuentra el oro. Con su sabiduría milenaria los pueblos indígenas se ríen de esta estupidez peruano occidental porque para ellos y ellas la tierra, el subsuelo y los aires son una sola unidad como una es la vida de los seres humanos, animales y plantas gracias a la madre tierra, a los ríos y mares. Separar a los seres humanos de sus bosques y de sus ríos es un acto de ignorancia punible. Como estamos en Perú y no en un reino de mínima sensatez, el mapa de concesiones de tierras en la Amazonía en beneficio de empresas multinacionales parece un tablero de ajedrez. En Texas, Estados Unidos, los propietarios del suelo debajo del cual se encuentra petróleo se vuelven millonarios petroleros. En Perú se vuelven pobres como ha ocurrido con todos los dueños del suelo donde hay minas, petróleo y gas.

Desde 1974, los pueblos indígenas han empezado a recuperar parte del territorio que organizaron en miles de años y que los españoles y sus herederos les expropiaron. La superficie recuperada está ahora en grave peligro de pasar a otras manos para felicidad del capitalismo y sus defensores. Compartir el bosque con los hermanos monos, tortugas o pájaros, sólo es entendible si se tienen las luces de una espiritualidad indígena en la que la llamada superioridad del hombre y la razón sobre la naturaleza son, felizmente, inexistentes e inimaginables.

Los pueblos indígenas pidieron y exigieron un diálogo, con fuerza y firmeza, pero sin violencia. El gobierno envió al ministro Antonio Brack para enterarse de lo que quieren
y resolver algunos temas seguramente menores. Cuando el Sr. García y los funcionarios del capital pensaron y redactaron los decretos legislativos no invitaron a diálogo alguno y los pueblos interesados no tuvieron ni siquiera la posibilidad de enterarse de lo que les esperaba. Los dirigentes indígenas suspendieron el diálogo pidiendo que vaya una comisión con capacidad de decisión y no ser “mecidos”; es decir, engañados. El gobierno responde suspendiendo las garantías constitucionales; en dos palabras, apelando a la violencia. ¿Diálogo? En esas condiciones no será posible. ¿Hasta cuándo? Los indígenas ya no podrán n reunirse ni hacer manifestaciones. La policía y, tal vez, el ejército después, podrán disparar y si matan no podrán ser enjuiciados por que tienen libertad para matar gracias a otra disposición del propio Alan García. Algunos meses atrás, él les dijo a sus soldados y policías “tiren y piensen después”. De ese modo, no hay que ser adivinos para suponer que podríamos ver más violencia y muertes debidamente anunciadas.

Sería un grave error suponer que el conflicto amazónico concierne exclusivamente a los pueblos indígenas de la región y que por su pequeñez demográfica se trataría de algo menor o de poca importancia. Una de las muchas consecuencias posibles del surgimiento de un nuevo actor político en Perú es el desafío para los partidos políticos, intelectuales y profesionales del país para cambiar sus viejos hábitos coloniales. ¿Cuántos antropólogos y antropólogas nos interesamos y acompañamos a los pueblos indígenas en sus luchas? Sólo pocos, muy pocas. ¿Cuántos politicólogos y politicólogas o pomposamente llamados cientistas políticos incluyen a los pueblos indígenas en sus análisis sobre Perú? Casi ninguno o ninguna. ¿Hasta cuándo la clase política y la inmensa mayoría de periodistas y los llamados comunicólogos seguirán creyendo que Lima es el Perú y que la democracia se reduce a elegir representantes cada tres o cinco años en las alcaldías, congreso y presidencia de la República? La acción de las organizaciones indígenas no es una sorpresa de hoy. Como todos los procesos sociales, viene de lejos, la Asociación indígena para el Desarrollo de la Amazonía Peruana, AIDESEP se formó hace 28 años. Frente a la casi desaparición de la izquierda corresponde a las organizaciones indígenas andinas t amazónicas el mérito de defender causas nacionales y mundiales como la defensa de los Recursos, del petróleo, el gas, el agua, y el territorio como bienes nacionales, colectivos y públicos; de defender las culturas, lenguas, identidades, biodiversidad, saberes y una nueva espiritualidad libre de los graves complejos y traumas de las religiones cristianas y católicas; y, finalmente, de defender formas de autogobierno y libre determinación para enriquecer la pobre noción de democracia en uso en el país.

Por lo expuesto, la solidaridad y apoyo a los pueblos indígenas se impone como un deber no sólo con ellos sino con el país entero.

_____________________
* Rodrigo Montoya Rojas es antropólogo y profesor emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de Lima. Perú.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Contribución a lo planteado por el colectivo Sur

Compas:

Retomando la propuesta de los compañeros del Colectivo Sur de debatir las posibilidades para la construcción de la unidad de una izquierda autónoma en el Perú, con la urgencia que amerita tal tarea, me atrevo a plantear algunas ideas para contribuir a este propósito. Les envío también un documento de Antonio Negri denominado "Contra el Pensamiento débil de la organización" y el documento enviado "Criterios para la unidad de la izquierda autónoma" que es el documento propuestto para la discusión.

Ahi van mis comentarios que no agotan mis puntos de vista pero creo necesario empezar a plantear:



SOBRE LA NECESIDAD DE UN REFERENTE NACIONAL DE IZQUIERDA AUTÓNOMA



Los compañeros de SUR proponen las siguientes características para definir a la izquierda autónoma: a) no partidarizados, b)acción política más allá del espectro político planteado por el liberalismo c) renovación de los discursos y prácticas emancipatorias que desde las bases no reproduzcan y combatan en su seno y en la sociedad las relaciones de dominación. d) cuestionamiento a las formas de organización jerarquizadas, vanguardistas agrego yo y burocratizadas proponiendo la horizontalidad como herramienta, y la autonomía se define fundamentalmente en la situación de la autonomía de las organizaciones, con diversos y creativos estilos e) No se moviliza bajo doctrinas rígidas y estáticas sino que actúa en función de principios y valores claros, además de afirmarse en la diversidad



yo agregaría lo siguiente a estas primeros elementos para su definición:



- La crítica a la representación política, como crítica justamente a los límites que impone la política liberal, el sistema político que expropia el ejercicio del poder mismo a la gente y que pone justamente el énfasis de la acción política en la praxis del propio pueblo. Es lo que algunos han llamdo la "expresión" que se puede dar de diversas formas, es lo que algunos compañeros reconocen en los movimientos sociales como "prácticas prefigurativas" es decir la construcción en todas las ésferas de la vida de nuevas relaciones sociales en las dimensiones: autoridad/trabajo/cultura/sexo, tanto en lo macro como en lo micro, es decir no sólo en la "base" sino en todos los ámbitos y a diversas escalas, le podríamos llamar global y radical (entendido esto último por partor de este cuestionamiento desde el lugar mismo en que se constituyen los lazos sociales).

Esta discusión dentro de la izquierda autónoma está como de vuelta de una apuesta desde lo micro, pero que ahora apunta a lo macro y reconoce todos los ámbitos, incluidos los de la representación política, o el Estado (pero después de la crítica planteada) como espacios de disputa, mas no los espacios privilegiados como se consideraba antes, haciendo justamente que la acción política se reduzca solamente a la lógica electoral liberal burguesa.

Debemos agregar en este punto la separación radical que se plantea entre lo “social” y lo “político” que es algo a discutir, no sólo por la crisis de los partidos que se inscribe en la crisis de la representación, sino por el protagonismo de diversas formas de organización entre ellas la de los movimientos sociales. Aquí es necesario desarrollar un mayor debate.

- Crítica a la idea del poder como cosa: Esta concepción llevó a identificar el poder en el Estado o en los espacios institucionales, entendiendo la transformación del poder como la "toma" del mismo, como una cosa. Marx hablaba del caracter relacional de la realidad, cosa que se olvidó. Lenin, Gramsci hablaban de relaciones de fuerzas y construcción de hegemonía, entendiendo el poder como capacidad, fuerza, potencia, y relación. En este sentido la idea de construir otra forma de poder, de manera radical implica cambiar las relaciones sociales combatiendo el poder como dominación en los diversos ámbitos, en las diversas esferas y a diversas escalas, y construyendo a todo nivel formas de democracia sustantiva. Esto me lleva plantear: más que “voluntad de poder”, necesitamos “voluntad de poderío”; más que tomar el poder, es construir poder.

- Crítica al estadocentrismo: Una de las características de los viejos programas fue justamente la “toma del poder”, del Estado; por otra parte el programa implicaba la estatización y nacionalización, es decir el control del Estado en todos los ámbitos. Hoy vivimos lo contrario la privatización de todo, sometiéndolo a la lógica del mercado. ¿Se trata de volver hoy al estatalismo? Justamente, uno de los aportes de la izquierda autónoma es la crítica a esta lógica que reproduce la dominación, y recordando que el Estado la reifica y sigue siendo expresión de la expropiación del poder a la gente, y retomar la idea de la socialización, sobre la base de la recuperación por parte de la sociedad de la producción de la economía, de la cultura, del ejercicio de la autoridad, de la producción de lo normativo, esta es la idea de la autonomía.

A esto podemos sumar las transformaciones de los espacios institucionales producto de la contraofensiva del capital contra los proyectos populares, y que ha transformado el papel de los Estados nacionales, tomando gran énfasis las dimensiones locales, regionales y globales. Perder de vista esta realidad para la construcción de alternativas emancipatorias es no estar parado en la realidad. Los Estados en este sentido son más que nunca maquinarias disciplinadoras que se hallan constreñidas por un orden global imperial e imperialista, que se desenvuelve bajo la lógica de la “razón de estado”, que no necesariamente es la “razón revolucionaria”, y que muchas veces son un punto de impotencia llegando a esta idea de que una cosa es fuera del Estado y otra dentro. Aquí, en este sentido, la crítica debe continuarse y radicalizarse.

Pero, por otra parte, el reconocimiento de que la dimensión nacional es fundamental para las estrategias emancipatorias y es también una necesidad. En nuestros países estamos viviendo procesos de transformación a esta escala que no se pueden desconocer, pero que a todas luces asumen dimensiones que van más allá del clásico internacionalismo, y asumen dinámicas que trascienden los espacios nacionales en sus estrategias y en la territorialización de sus propuestas.

Boaventura de Sousa plantea que el Estado es una red más en disputa, en su idea del Estado como movimiento social, yendo más allá de la concepción que lo cosifica; además, nos parece fundamental la idea de que la izquierda autónoma establece una estrategia contra el estado, en el estado y más allá del estado.

-La construcción del poder popular es lo estratégico: La crisis de la izquierda se debió al énfasis que se pudo en la idea de igualdad, subestimando el ejercicio del poder por parte del pueblo mismo, construyendo experiencias a todas luces autoritarias y aún más totalitarias justificadas en la sobrevivencia de la revolución o poniendo por delante la redistribución de la riqueza.

Además de ello, se planteaba –en consecuencia con la concepción del poder como cosa- que lo estratégico era la toma del poder, privilegiando para ello la estrategia armada o electoral considerada una revolucionaria (¿?) o reformista (¿?). Esto fue muy importante en una izquierda ideologizada y sectaria como la peruana. Ambas en realidad eran métodos, caminos, que no implicaban necesariamente lo estratégico.

En suma: lo estratégico es la construcción del poder popular, del ejercicio concreto del autogobierno, la autogestión, la autonomía que se expresa en diversos ámbitos y se extiende en dimensión conquistando espacios territoriales cada vez más amplios. Los medios, son finalmente herramientas orientadas a este fin, que lo deben prefigurar y que responden a contextos y situaciones concretas. En este sentido la lucha en espacios institucionales o sociales, por medios legales, a-legales o ilegales no tienen porque no ser parte de la estrategia revolucionaria en la medida en que contribuyan a la expansión del poder popular.

El poder popular, es la expresión autónoma del poder del pueblo, el poder constituyente que transforma la realidad y produce la historia, expresión de la libertad misma; la organización política debe ser el acompañante de este proceso; lo institucional (que no es sólo el estado) es la forma cristalizada de la correlación de fuerzas, el poder constituido que debe ser permanentemente cuestionado y transformado por el poder constituyente.



Sobre su necesidad en el actual contexto político


Es permanecer en el pasado considerar que la izquierda o puede ser marxista leninista o socialdemócrata. La crítica a estos dos polos de una izquierda que como dice Wallerstein fueron parte de la política liberal son evidenciadas en la crítica de la izquierda autónoma. En el Perú, como lo expresa el documento, existe la necesidad de superar estas concepciones, lo que no significa caer otra vez en el debate ideologizado o de la nueva verdad revelada, excluyendo otras miradas, prácticas o lecturas de la realidad. En el Perú, es necesaria la tarea de construir una mayoría política político-social-cultural popular, un bloque popular para lo que es necesaria la unidad entra las expresiones político-partidarias, los movimientos sociales y otras formas de organización y experiencias. Si bien es cierto para las expresiones político partidarias lo central es la lógica electoral, debemos reconocer que como en el conjunto de países del continente las elecciones del 2011 pueden ser un momento de inflexión política al que la izquierda autónoma no debe ser ajena. Sin embargo, es importante que es justamente la tarea de la izquierda autónoma trabajar en los aspectos estratégicos, garantizarlos lo que implica disputar dentro del bloque político-social- cultural una tendencia que tiene como fundamental la construcción del poder popular y que subordina los otros métodos y dinámicas al mismo.

En conclusión, la izquierda autónoma debe constituir una corriente nacional, que se articula a otras experiencias internacionales, así como articula sobre la base de la autonomía y la horizontalidad a sus diversas expresiones pero que construye orientaciones generales compartidas. Esta corriente debe disputar sus orientaciones dentro del espectro mayor al que hemos aludido generando coordinaciones (tácticas) y articulaciones (programáticas o estratégicas). La coordinadora político social, la asamblea de los pueblos, los foros sociales, y otras formas de coordinación y articulación no pueden ser desdeñadas; sin embargo se plantea la necesidad de tener una fuerza propia, un programa propio, una organización que apunta a la construcción del poder popular.

Necesitamos a todas luces, los que queremos mantener las exigencias revolucionarias y construir un proyecto revolucionario acorde a los retos que nos plantea la nueva escena contemporánea una izquierda autónoma a nivel nacional.

Las tareas fundamentales, sin embargo, son la construcción, con expresiones territoriales de experiencias de poder poder popular con expresiones autónomas y también institucionales; acompañar los procesos de fortalecimiento y crecimiento de los movimientos sociales prefigurativos, y contribuir a la construcción de esta mayoría social y política que pueda disputar también el rumbo del estado. Cuando los compañeros de SUR constatan que a pesar de la beligerancia y carácter confrontacional de los paros, de las protestas populares no logramos cuestionar profundamente el actual orden neoliberal, nos muestran la necesidad de construir una correlación de fuerzas que es material, que no sólo se mueve y se configura en las representaciones políticas o en la gestión institucional.

Para ello, es obvio, necesitamos organización, necesitamos compañeros que puedan llevar adelante estas tareas. De ahí que sea necesario discutir la necesidad de la organización política, su vinculación con el Estado, los movimientos sociales, los partidos como lo plantean los compañeros y la construcción y expresión concreta, territorial del poder popular.





SOBRE LOS CRITERIOS PARA LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA AUTÓNOMA



a) Identidad y memoria:

- Estoy de acuerdo en general en lo propuesto por los compañeros, debemos asumirnos como continuidad pero también como ruptura, recoger como nuestros los aciertos y los errores de la izquierda, es parte de nuestra historia. Y creo que efectivamente necesitamos un debate serio de lo que implicó el conflicto interno, que coincidente con el descalabro de los socialismos burocráticos, fue la base de la imposición armada del neoliberalismo en el Perú, y la derrota del movimiento popular de la que progresivamente nos venimos recuperando.

- Pero a la vez que recogemos la mística de la vieja izquierda que es parte de nuestra historia, debemos reivindicar también los aspectos y experiencias libertarias de esa historia. Desde Mariátegui hasta otras experiencias que pusieron por delante el autogobierno, la democracia directa. De la misma manera asumir el pensamiento crítico emancipatorio elaborado en las últimas décadas por el cual asumimos la idea de la autonomía individual y colectiva, el poder popular como componente fundamental de nuestra identidad.

- Me parece por otra parte reconocer la diversidad de corrientes que alimentan nuestra tradición libertaria en algunos de sus aspectos y con sus respectivas críticas: i. la diversidad cultural, y la reivindicación de los pueblos originarios, la cosmovisión que los sustenta y que tienen mucho para aportar en un proyecto que tiene aspectos de alcance civilizatorio. ii. La teología de la liberación, iii. El latinoamericanismo nacionalista, antimperialista y revolucionario, iii. el marxismo latinoamericano y la filosofía de la liberación latinoamericana, iii. el internacionalismo y la luchas alterglobalizadoras, etc. A estas se pueden sumar las nuevas corrientes críticas como el ecologismo, la diversidad sexual, la contracultura, el movimiento antimilitarista y pacifista, el feminismo, etc.



b) Identidad y principios:

- Distinguir dispersión y fragmentación, de diversidad y multiplicidad. Estas últimas son dinámicas afirmativas que expresan la vida, las anteriores representan la muerte, el capitalismo. Nuestra identidad debe recoger el carácter de lo múltiple y los puntos de unidad deben tomarse del diálogo y traducción intercultural de las luchas y los movimientos.

- En este sentido, mas que una ideología debe articularnos un horizonte que se exprese en un ideario; en la articulación programática; y en las luchas concretas que nos deben permitir avanzar desde articulaciones estratégicas hasta coordinaciones tácticas.

- Por lo demás estoy completamente de acuerdo con lo planteado por los compañeros.



c) La relación con los movimientos sociales:

- Como ya lo hemos mencionado, los movimientos sociales son más que “las bases”, estos tienen su autonomía, lo que no significa que no se imbrique su destino con las organizaciones políticas. Es más, toda articulación debe sumar a las organizaciones sociales en estas condiciones y todo proyecto de mayorías debe pensarse en un bloque horizontal político-social-cultural. La organización política se articula y fortalece sus dinámicas de diversas maneras: a través de la prensa, la capacitación, el acompañamiento en las luchas, la efectivización del poder popular concreto.

d) La relación con el Estado: Resumimos esto en la idea de: “contra el estado, en el estado y más allá del estado”.

e) Dinámicas y articulación: De acuerdo en la necesidad de empezar a construir horizontes compartidos y madurar encuentros, articulaciones, tareas y campañas que nos permitan construir la unidad desde nuestras prácticas concretas. De acuerdo con propiciar encuentros a diversos niveles y el encuentro nacional propuesto por los compañeros. Asumir la tarea de la Asamblea Nacional de los Pueblos. Pero propongo otras cosas más:

- Articular un medio de comunicación, aunque sea virtual que puede ser un blog que nos permita debatir.

- Desarrollar dinámicas de interaprendizaje político con los movimientos y dentro del propio espacio político en construcción, promover la investigación acción, la educación popular, la comunicación alternativa y la organización. Cátedras, escuelas, talleres

- Desarrollar campañas conjuntas de alcance nacional, desde nuestros propios espacios.

- Profundizar y fortalecer nuestros trabajo en la perspectiva de la construcción del poder popular.

- Propiciar espacios de articulación y coordinación política.



Final: espero compas que alimentemos este debate, un saludo a todos y a organizar la indignación, sin organización y lucha no hay posibilidades de emancipación, como decía el tío Gramsci: “Instrúyanse, porque necesitaremos toda nuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza”

Criterios sobre la unidad de la izquierda autónoma/ Colectivo SUR

CRITERIOS SOBRE LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA AUTÓNOMA

Documento preliminar de trabajo y debate

1. Sobre la necesidad de un Referente Nacional de la Izquierda Autónoma

La definición más amplia de lo que es la Izquierda Autónoma corresponde a individuos, colectivos y organizaciones políticas no partidarizadas, las cuales conciben y ejercen la acción política en un espectro mucho más amplio que los parámetros prescritos por el liberalismo. Debido a ello, ésta se caracteriza por impulsar la necesaria renovación de discursos y prácticas emancipatorias que combatan –y no reproduzcan en su mismo seno- las relaciones de dominación en todas sus formas. Asimismo, afirma que una verdadera transformación se realizará desde las bases, poniendo así en cuestión la inoperancia y el carácter contradictorio de las organizaciones altamente jerarquizadas y burocratizadas. El carácter de su activismo, a partir de estas concepciones, le permite desenvolverse en diversos espacios y estilos de acción política (desde los espacios de poder de base hasta las luchas contra el patriarcado y el heterosexismo; creando caminos desde la contra-cultura hasta el ecologismo, las organizaciones barriales y estudiantiles; entre otros). Tiene a la horizontalidad como principal referente de organización y rescata la necesidad de la autonomía de las organizaciones. No se moviliza bajo doctrinas rígidas y estáticas – y por lo tanto sectarias- sino que actúa basada en principios y valores claros, viendo a la diferencia y la diversidad como poderosas armas de lucha.

La necesidad de generar una Izquierda Autónoma nace como respuesta a las enormes dificultades discursivas y generacionales con las que la Izquierda tradicional y partidarizada tropieza en su proceso de renovación. La Izquierda Autónoma detecta en ella prácticas sectarias, vanguardistas y caudillistas; un ejercicio endogámico de la política en los gremios y organizaciones sociales que logró cooptar, y en los que se atrincheró como producto del repliegue y debilitamiento que sufrió por más de una década. La Izquierda Autónoma constata la incapacidad de autocrítica de la Izquierda partidarizada, incapacidad que la lleva a reproducir vicios que han sido arrastrados e institucionalizados hasta la época actual, como sacrificar las organizaciones antes que perder los puestos de poder en éstas (en el caso universitario), imponiéndole grandes limitaciones para su rearticulación y para estar a la altura de las circunstancias actuales.

El actual, es un escenario donde las organizaciones sociales han dejado de asumir una posición meramente defensiva, y donde, por el contrario, se está viviendo su fortalecimiento y multiplicación, en respuesta a la creciente conflictividad generada por la profundización de las políticas neoliberales y la agudización de la represión. Sin embargo, toda la efervescencia social carece aún de una representación política formal, donde el proyecto del “nacionalismo” como interlocutor de los sectores populares resulta insuficiente, precario y ambiguo, siendo su triunfo electoral un correlato de la alta conflictividad social más que producto de un trabajo orgánico y sostenido. Asimismo, continúa existiendo una inmensa brecha entre la situación del campo popular en Lima y la costa norte respecto a la del resto del país. Entre otras cosas, la derecha electoral tiene en Lima, más del 70% de los cargos; los paros nacionales -que en el resto del país son acatados por casi la totalidad de las organizaciones- son acatados parcialmente; y la movilización, la organización y la articulación son poco contundentes e influyentes en el escenario local.

El colapso de la vieja Izquierda trajo su abierta fractura y dispersión, las cuales aún no ha logrado superar, repercutiendo en todo el campo popular. A pesar de su renovada influencia social en distintos gremios y organizaciones, no ha logrado establecerse como la interlocutora política y protagónica del campo popular; siendo su fracaso electoral un reflejo claro de su situación actual. Por otro lado, dentro del movimiento social, si bien con alta capacidad de movilización legítima, perduran tensiones y divisiones dentro de éste, alimentadas por la considerable influencia del neosenderismo y el fujimorismo de base (tanto de sus militantes como de sus prácticas), que, dentro de sus lógicas, enfatizan la confrontación directa y a ultranza con el Estado, antes que la acumulación y articulación más amplias y consolidadas. El recurso incuestionable a la violencia antes que la organización.

Dentro de todo este proceso de fortalecimiento del campo popular, el marco de las Elecciones Generales del 2011 será un escenario decisivo y polarizado entre el continuismo neoliberal y la demanda por un cambio de rumbo, en el que tiende a perfilarse una alternativa electoral a partir de la CPS. Dentro de este marco, potencialmente prometedor, la “salida moral” de la abstención resulta una alternativa conservadora y timorata, que no está de por sí a la altura del proceso y de las expectativas del pueblo. Ante ello, se manifiesta la necesidad de construir un espacio político que también atraviese lo electoral, con referentes programáticos en los intereses populares más que en la voluntad de algún caudillo con carisma y arrastre electoral, y de la predisposición natural de las cúpulas partidarias por negociar cupos de poder dentro de la estructura del Estado.

El valor indispensable de la unidad, tanto política como social, está refrendada por nuestra propia experiencia histórica. Sin embargo, una tarea tan urgente y fundamental, no ha de consensuarse simplemente, sino que ha de ser producto de un proceso permanente de construcción, un proceso crítico para que la heterogeneidad del campo popular sea capaz de moverse en una misma dirección. La unidad planteada no se agota en una mera alianza electoral ni en la convergencia en una movilización, sino en construir un bloque político capaz de impulsar las transformaciones políticas que en cada etapa sean necesarias y posibles. La dispersión política y geográfica –es decir de estructuras nacionales o siquiera macrorregionales- de la Izquierda Autónoma nos condena a un papel de espectadores o, en el mejor de los casos, marginal frente al protagonismo avasallador de los partidos y sus dinámicas, en particular del nacionalismo. Debido a ello surge la necesidad de iniciar un diálogo nacional entre activistas independientes y organizaciones que se reconozcan como parte de esta corriente que hemos denominado “Izquierda Autónoma” para construir un Referente Nacional, que nos permita intervenir en mejores condiciones en el proceso de reconstrucción del espacio y de la unidad de la izquierda socialista, con un proyecto propio y de largo plazo que trascienda largamente las coyunturas electorales. Un tercer nivel de articulación ha de ser de todo el campo popular frente al bloque continuista y conservador, el cual, de profundizarse las tendencias actuales, tendrá un correlato necesariamente electoral en el 2011.

2. Sobre los criterios para la unidad de la Izquierda Autónoma

La tarea de ir superando la dispersión de los diversos núcleos de la Izquierda Autónoma, pasa por una primera aproximación reflexiva sobre algunos puntos centrales y eventualmente de tensión, de cuyo procesamiento colectivo deberían generarse sentidos políticos comunes, elementales para avanzar, en el mejor de los casos y en el mediano plazo, hacia la construcción de un Referente Nacional. Entre las cuestiones más urgentes y definitivas, identificamos las siguientes y sentamos posición sobre ellas:

- Identidad y memoria. Es indispensable para la Izquierda Autónoma construir una identidad movilizadora, y en ese proceso, reencontrarse con la tradición política libertaria del socialismo peruano y de las luchas populares. Nuestras miradas sobre las generaciones precedentes y las izquierdas tradicionales deben ser críticas, pero al mismo tiempo modestas; es preciso valorar sus enormes sacrificios y conquistas históricas. Hay que superar el sesgo “parricida” y acaso mesiánico que nos impide reconocernos como continuidad de una lucha que se enriquece y se diversifica en nuevos escenarios, con nuevos actores y con agendas cada vez más amplias, pero que en modo alguno comienza de cero. La narración de la(s) historia(s) desde las subalternidades y los diálogos intergeneracionales son herramientas claves para reinventar nuestra tradición.

En ese proceso, hay que rescatar también individualidades y procesos históricos referenciales. Se trata de emprender un proyecto de memoria socialista y popular con íconos, símbolos, fechas y consignas, que sirvan de insumos para desarrollar una mística renovada, como sustento último del activismo y la militancia socialistas. Hay que emprender un proyecto identitario que junto con su dimensión histórica contenga también una “dimensión utópica”; que a partir –pero no sólo- de la memoria recree el “mito” mariateguista, aquél que reconoce y valida como determinante la dimensión no racional de la voluntad y la acción políticas.

De las coyunturas históricas que es preciso procesar colectiva y críticamente, la experiencia de la guerra interna es una de las más delicadas, pues implica superar los maniqueísmos coloniales y liberales hegemónicos de los cuales a veces hemos sido tributarios. Saldar cuentas con ese suceso trágico y doloroso, supone para la izquierda dialogar también, directamente, con las versiones silenciadas del conflicto. Las causas, consecuencias y complejidades de la guerra no pueden sepultarse en la historia. Hay que identificar las permanencias de las estructuras sociales y subjetivas de aquel periodo, cuyos ecos resuenan hoy en día, condicionando muchas veces nuestro propio activismo político. En suma, nos planteamos la necesidad urgente de hacer un balance integral desde una perspectiva socialista del conflicto armado.

En tanto que los proyectos unitarios de las izquierdas no son una novedad, también es importante detenerse en ellos, fundamentalmente para extraer lecciones. Así, hay que valorar, con sus limitaciones de frente electoral, la experiencia de Izquierda Unida, como proyecto de representación y articulación política de masas y bases populares, que en la medida en que encarnó la esperanza transformadora de nuestro pueblo, fue mucho más que una mera opción “electorera”. Aunque nunca trascendió su condición de ser una suma de partidos, en la que se recrearon vicios históricos como el dogmatismo, el sectarismo y el reformismo socialdemócrata, desde el espacio de Izquierda Unida el socialismo desafió, enfrentó y contuvo por igual al terrorismo de Estado y al terrorismo de la insurgencia, para defender al pueblo y sus organizaciones, aun a costa de la vida de muchos y muchas de sus militantes. Es imperiosamente necesario para la Izquierda Autónoma hacer un balance justo y crítico, que no se reduzca a romanticismos pero tampoco a prejuicios y reproches, sobre el proyecto y el colapso de Izquierda Unida, toda vez que esa experiencia marcó el punto más elevado de la inserción del socialismo en las expectativas populares. A este propósito, hay que considerar tanto los errores de la izquierda tradicional y partidaria, cuanto el contexto extremadamente difícil de aquellos años, marcados por la guerra interna y la implosión del socialismo realmente existente en el mundo. Las generaciones post-IU a menudo se limitaron a negar y renegar de aquella experiencia fallida, de sus concepciones y de sus métodos. Las alternativas contestatarias que le sucedieron, pocas veces remontaron el abstencionismo, el nihilismo y la despolitización, en el contexto de la dictadura y la crisis de los paradigmas emancipatorios.

Un punto de quiebre sin duda, y que marca un precedente significativo en el surgimiento y articulación de una izquierda crítica y renovada, fue la conformación a partir de varios núcleos a nivel nacional del Movimiento Raíz. Entre los aportes fundamentales de esta primera experiencia, rescatamos la recuperación de la dimensión ética del proyecto socialista, descuidada injustificablemente por la izquierda tradicional; la apuesta por la horizontalidad como alternativa orgánica al autoritarismo, al burocratismo y al caudillismo que hasta ahora impregna a los partidos de izquierdas; y la capacidad de renovar, diversificar y enriquecer el discurso y las prácticas del socialismo, a partir de las experiencias de los movimientos sociales y de las perspectivas teóricas del pensamiento crítico contemporáneo. Constatamos también la necesidad de la Izquierda Autónoma de hacer un balance sobre Raíz, sus alcances y las causas de su extinción.

- Identidad y principios. La diversidad de las experiencias de las cuales proceden los núcleos de la Izquierda Autónoma deberían converger en torno a una plataforma compartida de principios que sirva como referente para superar la fragmentación a causa de nuestra “heterogeneidad”. Los principios deben enunciarse y practicarse más allá del dogmatismo, es decir, que deben aplicarse de manera reflexiva y no mecánica, de acuerdo a cada circunstancia. La unidad principista debe servir para vertebrar la identidad y la integridad del espacio propio de la Izquierda Autónoma, más que para provocar la descalificación y negación compulsiva de otros interlocutores políticos.

- La relación con los movimientos sociales. Hay que recrear la tradición de la izquierda socialista de construir, influir, de ser posible conducir, y defender en su integridad y por principio a las organizaciones sociales. No se trata sólo de acompañar o celebrar las luchas sociales, sino de insertarse y disputar políticamente esos espacios y racionalidades, respetando su autonomía respecto sus demandas y sus lógicas. El espacio social que constituyen las organizaciones de bases, es el espacio natural, y en buena cuenta el decisivo, de la acumulación política de las izquierdas y de la construcción del poder popular.

- La relación con el Estado. Es posible constatar que la creciente conflictividad social en el país no ha tenido –considerando la precariedad e indefinición del nacionalismo y los movimientos políticos regionales- un correlato proporcional en la modificación sustantiva de las relaciones de poder. En ese sentido, el Estado capitalista sigue siendo a todas luces un espacio de poder fundamental, importante para medir y modificar la correlación de fuerzas entre los sectores subalternos y las élites privilegiadas del sistema. Además, es potencialmente el único aparato capaz de oponerle resistencia e imponerle cierto tipo de controles a la dictadura del capital transnacional y a otros poderes fácticos, como el fundamentalismo religioso. La Izquierda Autónoma debería estar en condiciones de superar el abstencionismo, e impulsar alternativas políticas populares y progresistas para aprovechar el aparato y los recursos del Estado burgués en función de su proyecto histórico, que desde luego cuestiona y trasciende a la democracia liberal. La historia reciente de América Latina muestra en algunos casos, que desde la conducción de los Estados, es posible responder positivamente a los intereses populares y profundizar la lucha por la transformación socialista.

- Cuestiones orgánicas. En primera instancia, un referente nacional de la Izquierda Autónoma debería sustentarse en el fortalecimiento permanente de los activismos políticos y temáticos a nivel local y regional, como expresión concreta y tangible de su proyecto, influencia, y relevancia políticas. En segundo lugar, cualquier intento de articulación debería superar el nivel básico de la coordinación de actividades puntuales y del reconocimiento mutuo de los diversos actores, para lograr constituir direcciones políticas colectivas con bases territoriales, por lo menos macrorregionales, si es que fueran insalvables las complicaciones operativas y logísticas para constituir una dirección nacional. Para ello es necesario generar niveles mínimos de representación y centralización; las “redes” inorgánicas y desestructuradas son una opción insuficiente y agotada para enfrentar los retos políticos del momento. El mayor desafío consistiría en elaborar un diseño orgánico lo suficientemente flexible como para incorporar y responder a las especificidades de los actores, agendas, espacios de intervención y coyunturas. Como tercer punto, consideramos indispensable definir paralelamente una agenda programática. En cuarto lugar, consideramos fundamental producir medios y documentos de formación teórica, debate, propaganda y agitación.

- Plazos, etapas y dinámicas para la articulación. Cualquier intento sólido de articulación tendría que pensarse en un horizonte de mediano plazo. La discusión sobre los puntos planteados en este documento de trabajo –y otros que sean pertinentes-, y la construcción de sentidos compartidos sobre ellos, puede servir de pauta inicial para ir madurando progresivamente este proceso. En el corto plazo, creemos que es posible propiciar debates y encuentros a nivel macrorregional con los actores políticos que se sientan identificados con esta iniciativa. Consideramos fundamental coordinar entre todos los núcleos en los que se ha venido discutiendo la propuesta de articular esfuerzos (Lima, Cusco y Arequipa), la elaboración y la difusión de una convocatoria formal para iniciar este proceso de articulación. Tentativamente, el Colectivo SUR propone trabajar para los días 1 y 2 de noviembre de 2008 la realización de un pre-encuentro en Lima o Arequipa, de activistas y organizaciones de la izquierda autónoma con voluntad de construir un Referente Nacional, como espacio previo a la Asamblea Nacional de los Pueblos, convocada por la CPS para el 4 de noviembre.


Arequipa, agosto de 2008

Colectivo Socialismo, Utopía y Revolución
(SUR)

Contra el pensamiento débil de la organziación/ Antonio Negri

Contra el pensamiento débil de la organización

· Toni Negri
o Multitud
o Contra el pensamiento débil de la organización
Hay un bellísimo libro que, en el ámbito de los estudios feministas, ha sido publicado en los últimos años: Metamorfosis, de Rosi Braidotti. ¿Por qué es importante este libro? Porque, resistematizando el pensamiento de la diferencia en términos de nomadismo y de hibridaciones-transformaciones-metamorfosis, disolviendo la individualidad en las articulaciones de la singularidad, recorriendo toda la génesis del pensamiento postmoderno y de la descripción postestructuralista del mundo -habiendo reafirmado, pues, estas nuevas modalidades de nuestra visión del mundo, no cede a ninguna versión débil del pensamiento, a ninguna concepción blanda de la acción, a ninguna representación indiferente de los contextos humanos de pertenencia y/o de producción, sino que insiste en la diferencia como determinación productiva, mayéutica, fuerte. La subversión que el pensamiento de la diferencia ha desarrollado, a partir de la crisis cultural de 1968, atravesando los movimientos críticos de la última parte del siglo XX, refundando el feminismo, es presentada aquí con una figura fuerte, irreductible a las elegancias de la postmodernidad.
En el pensamiento postmoderno, a partir de la afirmación de la diferencia del nuevo proletariado, de la insurgencia de las multitudes productivas, hubo el peligro de correr el mismo riesgo que tocó en suerte al feminismo. ¿Quién no recuerda cuando el descubrimiento foucaultiano de la microconflictividad permanente era descaradamente utilizado para negar la macroconflictividad de las luchas de clases? ¿Quién ha olvidado la obscena utilización del pensamiento de Deleuze para convertirlo en una simple figura de la superficialidad, del sobrevuelo, de la caída de tensión ontológica? Como si la difusión social del poder negara o restara sustancia a la razón de Estado y a la capacidad de la governance imperial de desencadenar guerras; como si el descubrimiento y la crítica del isomorfismo paralizante en la práctica del poder (en el fondo, ¿las revoluciones no repiten siempre el poder preexistente?) cancelara la posibilidad de imaginar otro mundo; como si las redes superficiales y artificiales de las experiencias vivientes eliminaran el deseo de utilizar la cooperación y la circulación de las pasiones como armas para destruir la explotación.
Hemos vivido un periodo demasiado largo, en el que la blandura del pensamiento nos impedía repetir la palabra subversión. No está menos, pues, citar de nuevo a Kant en la lectura de Nietzsche: «La cuestión relativa a si la humanidad tiene una tendencia al bien viene preparada por la cuestión de si existe un acontecimiento que no se puede explicar de otro modo salvo con esa disposición moral. Tal es la Revolución». Kant: «Un fenómeno como ese no se olvida jamás en la historia humana, pues ha puesto de manifiesto una disposición y una facultad hacia el bien en la naturaleza humana, como ningún político la hubiera podido sonsacar del curso que llevaron hasta hoy las cosas». Así, pues, también la nueva organización proletaria, la del movimiento global, la del precariado, la de las nuevas fuerzas sociales que se han presentado en el terreno de las luchas salariales y civiles, necesitan recuperar palabras como subversión y revolución y escandirlas dentro de momentos de organización fuerte.
El gran desbarajuste y la superación de la dialéctica marxista no residen en el descubrimiento de su dimensión metafísica: la violencia metafísica estaba allí como lo estaba en todo el pensamiento de la modernidad. Ir «más allá de Marx», discernir en las articulaciones de la postmodernidad, entre postestructuralismo y nuevo feminismo, los orígenes de una nueva acción política, significa reunir la novedad de las situaciones de red y de cooperación, de movilidad y de precariado, de trabajo productivo intelectual y afectivo: reunir, en definitiva, la extraordinaria fuerza innovadora de todo esto con la decisión y la voluntad de liberación. Discernir la metamorfosis. No se entiende de veras por qué, en la descripción postmoderna del mundo, todos los comportamientos proletarios se habrían modificado, mientras que el Estado y su violencia permanecen los mismos. No se entiende de veras por qué las mujeres pacíficas y buenas cuando el patriarcado y la opresión patriarcal se repiten. No se entiende por qué las multitudes deben permanecer tranquilas y el nuevo mundo posible puede ser interpretado sólo desde el ámbito «político», cuando éste se confirma obstinadamente como autonomía e independencia, y los partidos (sobre todo los que dicen reclamarse de los movimientos) se niegan a convertirse en estructuras de servicio; y por si fuera poco, se presentan provocatoriamente como suministradores de línea y organizadores de movimiento.
Últimamente hemos tenido un magnífico ejemplo de cómo pueden reproducirse estos equívocos. Un buen día, un partido que se había declarado al servicio de los movimientos, decide que a estos movimientos había que darles una línea -el presupuesto consistía, evidentemente, en considerar que los movimiento son formas blandas de la acción política y que, por lo tanto, su dirección sólo puede provenir de fuerzas externas. En este caso se presentó una instancia pacifista al movimiento: como si el movimiento no fuese más pacifista desde sus orígenes de cuanto desde luego lo son (y podrán serlo alguna vez) los dirigentes de partidos ex estalinistas. Pero no es éste el problema, que tampoco consiste en el hecho de que el pacifismo haya sido presentado en la forma vulgar de la no violencia, en la confusión de comportamientos de resistencia o e desobediencia, en la incierta cualificación y conjugación de legalidad e ilegalidad... Ahora bien, ¿por qué han de ser los partidos los que digan esto? Estos últimos, que participan de los procesos de emanación de las leyes, esto es, del mecanismo de ejercicio de la violencia, ¿pretenden que los movimientos sean no violentos? Resulta divertido ver hasta qué punto los cerebros pueden caer en la confusión, cuando del movimiento se da una imagen postmoderna blanda y del partido una imagen moderna dura. En realidad, los movimientos reivindican una imagen postmoderna fuerte. Las prácticas son particularmente ofensivas en un momento en el cual la crisis de la forma-partido ha llegado a su ápice. En efecto, la crisis de la forma-partido se da dentro de la crisis general de los sistemas de representación política: nadie podrá negar que la inherencia del partido a la estructura del Estado capitalista y burgués es máxima. No tenemos más que observar lo que está ocurriendo en este periodo en Italia, en Francia, en Alemania, en España y en Estados Unidos: cuando las elecciones se presentan, el sistema de mediación burgués estatal se desencadena y anula los problemas de las luchas sociales. Lo que afirmamos no es que hoy los partidos sean inútiles, sino que el partido está mudo y ciego si no se abre al exterior -en el caso al menos de que ese partido quiera ligarse a intereses proletarios. El hecho es que en la crisis actual del sistema político y parlamentario, la única posibilidad, no digamos ya de moverse o de ser eficaces, sino de vivir y/o sobrevivir, consiste en abrirse a una función de servicio, en utilizar los instrumentos parlamentarios y de gobierno para nutrir (financiar, abrir espacios públicos, comunicativos, etc.) a los movimientos, poniéndose a su servicio, permitiéndoles la conquista y la utilización de los nexos de la administración. Si un partido no quiere hacer esto y se reproduce burocráticamente conforme a sus dinámicas internas, no es más que basura inútil.
La experiencia de los movimientos contiene en su centro la pobreza y el trabajo, la explotación y la opresión. Se trata de temas que no tienen ninguna blandura. Son temas insurgentes y a menudo constituyentes. Los movimientos nacen del sufrimiento, de la indignación, de la resistencia. Tienen problemas que han de resolver y para resolverlos deben proyectar su autonomía y su fuerza en el interior de la estructura del poder. Pero esta estructura está podrida. En consecuencia, los movimientos son exodantes. No tienen ninguna intención de confundirse con el poder y no aceptan la figura postmoderna de una transparente y blanda equivocidad. Sin embargo, para alcanzar sus fines, que son los de aliviar el sufrimiento, de eliminar la pobreza y de desarrollar cooperación, de luchar contra la guerra y contra toda violencia estatal, los movimientos necesitan (conservando su autonomía, continuando en su éxodo) utilizar algunos instrumentos de la administración estatal y burocrática. Si hay partidos o grupos administrativas o de gobierno que quieren ayudarles en ese cometido, ¡bienvenidos sean! En América Latina hay gobiernos, como los de Lula en Brasil y de Kirchner en Argentina, que están enseñando al mundo (y a nosotros) que el poder sólo se puede ejercer poniéndose en relación con los movimientos: ahora bien, ¿por qué estos salvajes del tercer mundo no pueden enseñar algo a nuestros socialistas y comunistas? ¿Por qué la lógica de gobierno se sigue fijando aquí, míticamente, en sus cabezas, de manera completamente separada de la relación que, no sólo cuando queremos ser eficaces, sino simplemente para existir, deben tener con los movimientos? ¿Piensan que su retórica no violenta puede consolidar un función autosubsistente de representación? ¿Representación de quién, de qué, para qué?
La salida del siglo XX, sin lugar a dudas, ya se ha producido. Es una salida larga y fatigosa y, sobre todo, es la salida de una idea y una práctica de la soberanía autosubsistentes y, en el fondo, totalitarias. En la crisis de las instituciones y de la representación que vivimos, debería estar claro que ya no hay legitimidad que no pase a través de relaciones de movimiento. El partido, o está abierto a los movimientos o no es. Por otra parte, los movimientos no le hacen llegar su mensaje, sino que le dicen a la cara que, si por el momento el partido puede existir como estructura de servicio, mañana deberá desaparecer, y que una nueva representación de movimiento debe sustituirle. Así, pues, en la fase actual, dentro de la ambigüedad que ésta presenta, debemos esclarecer los términos de la convivencia entre movimientos y estructuras de representación. La salida del siglo XX no es el final de la historia, pero sin duda alguna es el final de los partidos. Nunca antes se han visto embestidos por una hostilidad tan grande e irreversible y por una desconfianza tan profunda: no es la falta de política, sino precisamente su contrario, es decir, el renovarse, el expandirse y el consolidarse de un nuevo espíritu político, es el nacimiento de los movimientos, es el expresarse de las multitudes que, politizando la existencia, rechazan los partidos. Ésta es una salida, no blanda, del siglo XX. Ésta es una acción en el interregno que atravesamos entre la vieja democracia del siglo XX y la nueva potencia de autogestión y de gobierno de las multitudes inteligentes.
Los movimientos no son lobbies. El feminismo, y nuestra experiencia, también nos han enseñado esto. No están en los márgenes de la sociedad y de la historia, sino en el centro. Hacen la historia. La salida del siglo XX está marcada sin duda alguna por los tiempos del siglo breve (1917-1968), por la caída de la Unión Soviética y por el fin de la función hegemónica del movimiento obrero: pero esta salida está determinada y hegemonizada en su resultado por el nacimiento y el afirmarse de potencias incontenibles. Estas diferencias organizadas en movimientos ya no piensan en la conquista del Palacio de Invierno, sino en la construcción de otro mundo posible. Exodan del poder. Atraviesan ahora el interregno entre la modernidad y la postmodernidad, mostrándose a veces inseguras sobre los pasos a dar, pero seguras del objetivo a conseguir.
¿Por qué deberíamos enternecernos ante las exigencias que suscitan las variables y equívocas alianzas del Ulivo? ¿O ante las que determinan las oscuras finalidades de un eventual gobierno Prodi? ¿Por qué debería conmovernos la pretensión del ministerio de Interior berlusconiano de ser no violentos? Nosotros no somos violentos. Pero somos desobedientes, proponemos ilegalidad, creemos en otro mundo posible. Estamos al lado de los tranviarios, de los obreros de los aeropuertos, de los investigadores, de toda la intelectualidad que rechaza la violencia de los gobiernos neoliberales. El movimiento, las multitudes, son un Rey -y de nada sirve que los partidos finjan ser otra cosa que pajes.
Publicado en la revista Posse, Roma, «Nuovi animali politici», mayo de 2004 (disponible en www.manifestolibri.it).

lunes, 4 de agosto de 2008

LA PAZ Y LA PATRIA: EL DOBLE DISCURSO DEL GOBIERNO APRISTA

La famosa marcha por la paz en Colombia, en la que marchara el presidente García, y la famosa cortina de humo acerca de el supuesto uso impropio de la bandera muestra de cuerpo entero el doble discurso aprista. Con el pacto aprofujimorista sumado a esto, se evidencia el alineamianeto derechista del aprismo. Marcha por la Paz en Colombia, contra los secuestrados, mientras que en el Perú tenemos presos de conciencia así como leyes que terminan aceptando la represión violenta del pueblo. De otra parte, un Ministro de Defensa que está permitiendo el ingreso de tropas nortemaericanas, una humillación para cualquier país, y qué se rasga las vestiduras porque una mujer posa desnuda con la bandera. Para variar Carlín es el mejor analista político que tenemos, y grafica siempre estas realidades.