miércoles, 13 de agosto de 2008

Contra el pensamiento débil de la organziación/ Antonio Negri

Contra el pensamiento débil de la organización

· Toni Negri
o Multitud
o Contra el pensamiento débil de la organización
Hay un bellísimo libro que, en el ámbito de los estudios feministas, ha sido publicado en los últimos años: Metamorfosis, de Rosi Braidotti. ¿Por qué es importante este libro? Porque, resistematizando el pensamiento de la diferencia en términos de nomadismo y de hibridaciones-transformaciones-metamorfosis, disolviendo la individualidad en las articulaciones de la singularidad, recorriendo toda la génesis del pensamiento postmoderno y de la descripción postestructuralista del mundo -habiendo reafirmado, pues, estas nuevas modalidades de nuestra visión del mundo, no cede a ninguna versión débil del pensamiento, a ninguna concepción blanda de la acción, a ninguna representación indiferente de los contextos humanos de pertenencia y/o de producción, sino que insiste en la diferencia como determinación productiva, mayéutica, fuerte. La subversión que el pensamiento de la diferencia ha desarrollado, a partir de la crisis cultural de 1968, atravesando los movimientos críticos de la última parte del siglo XX, refundando el feminismo, es presentada aquí con una figura fuerte, irreductible a las elegancias de la postmodernidad.
En el pensamiento postmoderno, a partir de la afirmación de la diferencia del nuevo proletariado, de la insurgencia de las multitudes productivas, hubo el peligro de correr el mismo riesgo que tocó en suerte al feminismo. ¿Quién no recuerda cuando el descubrimiento foucaultiano de la microconflictividad permanente era descaradamente utilizado para negar la macroconflictividad de las luchas de clases? ¿Quién ha olvidado la obscena utilización del pensamiento de Deleuze para convertirlo en una simple figura de la superficialidad, del sobrevuelo, de la caída de tensión ontológica? Como si la difusión social del poder negara o restara sustancia a la razón de Estado y a la capacidad de la governance imperial de desencadenar guerras; como si el descubrimiento y la crítica del isomorfismo paralizante en la práctica del poder (en el fondo, ¿las revoluciones no repiten siempre el poder preexistente?) cancelara la posibilidad de imaginar otro mundo; como si las redes superficiales y artificiales de las experiencias vivientes eliminaran el deseo de utilizar la cooperación y la circulación de las pasiones como armas para destruir la explotación.
Hemos vivido un periodo demasiado largo, en el que la blandura del pensamiento nos impedía repetir la palabra subversión. No está menos, pues, citar de nuevo a Kant en la lectura de Nietzsche: «La cuestión relativa a si la humanidad tiene una tendencia al bien viene preparada por la cuestión de si existe un acontecimiento que no se puede explicar de otro modo salvo con esa disposición moral. Tal es la Revolución». Kant: «Un fenómeno como ese no se olvida jamás en la historia humana, pues ha puesto de manifiesto una disposición y una facultad hacia el bien en la naturaleza humana, como ningún político la hubiera podido sonsacar del curso que llevaron hasta hoy las cosas». Así, pues, también la nueva organización proletaria, la del movimiento global, la del precariado, la de las nuevas fuerzas sociales que se han presentado en el terreno de las luchas salariales y civiles, necesitan recuperar palabras como subversión y revolución y escandirlas dentro de momentos de organización fuerte.
El gran desbarajuste y la superación de la dialéctica marxista no residen en el descubrimiento de su dimensión metafísica: la violencia metafísica estaba allí como lo estaba en todo el pensamiento de la modernidad. Ir «más allá de Marx», discernir en las articulaciones de la postmodernidad, entre postestructuralismo y nuevo feminismo, los orígenes de una nueva acción política, significa reunir la novedad de las situaciones de red y de cooperación, de movilidad y de precariado, de trabajo productivo intelectual y afectivo: reunir, en definitiva, la extraordinaria fuerza innovadora de todo esto con la decisión y la voluntad de liberación. Discernir la metamorfosis. No se entiende de veras por qué, en la descripción postmoderna del mundo, todos los comportamientos proletarios se habrían modificado, mientras que el Estado y su violencia permanecen los mismos. No se entiende de veras por qué las mujeres pacíficas y buenas cuando el patriarcado y la opresión patriarcal se repiten. No se entiende por qué las multitudes deben permanecer tranquilas y el nuevo mundo posible puede ser interpretado sólo desde el ámbito «político», cuando éste se confirma obstinadamente como autonomía e independencia, y los partidos (sobre todo los que dicen reclamarse de los movimientos) se niegan a convertirse en estructuras de servicio; y por si fuera poco, se presentan provocatoriamente como suministradores de línea y organizadores de movimiento.
Últimamente hemos tenido un magnífico ejemplo de cómo pueden reproducirse estos equívocos. Un buen día, un partido que se había declarado al servicio de los movimientos, decide que a estos movimientos había que darles una línea -el presupuesto consistía, evidentemente, en considerar que los movimiento son formas blandas de la acción política y que, por lo tanto, su dirección sólo puede provenir de fuerzas externas. En este caso se presentó una instancia pacifista al movimiento: como si el movimiento no fuese más pacifista desde sus orígenes de cuanto desde luego lo son (y podrán serlo alguna vez) los dirigentes de partidos ex estalinistas. Pero no es éste el problema, que tampoco consiste en el hecho de que el pacifismo haya sido presentado en la forma vulgar de la no violencia, en la confusión de comportamientos de resistencia o e desobediencia, en la incierta cualificación y conjugación de legalidad e ilegalidad... Ahora bien, ¿por qué han de ser los partidos los que digan esto? Estos últimos, que participan de los procesos de emanación de las leyes, esto es, del mecanismo de ejercicio de la violencia, ¿pretenden que los movimientos sean no violentos? Resulta divertido ver hasta qué punto los cerebros pueden caer en la confusión, cuando del movimiento se da una imagen postmoderna blanda y del partido una imagen moderna dura. En realidad, los movimientos reivindican una imagen postmoderna fuerte. Las prácticas son particularmente ofensivas en un momento en el cual la crisis de la forma-partido ha llegado a su ápice. En efecto, la crisis de la forma-partido se da dentro de la crisis general de los sistemas de representación política: nadie podrá negar que la inherencia del partido a la estructura del Estado capitalista y burgués es máxima. No tenemos más que observar lo que está ocurriendo en este periodo en Italia, en Francia, en Alemania, en España y en Estados Unidos: cuando las elecciones se presentan, el sistema de mediación burgués estatal se desencadena y anula los problemas de las luchas sociales. Lo que afirmamos no es que hoy los partidos sean inútiles, sino que el partido está mudo y ciego si no se abre al exterior -en el caso al menos de que ese partido quiera ligarse a intereses proletarios. El hecho es que en la crisis actual del sistema político y parlamentario, la única posibilidad, no digamos ya de moverse o de ser eficaces, sino de vivir y/o sobrevivir, consiste en abrirse a una función de servicio, en utilizar los instrumentos parlamentarios y de gobierno para nutrir (financiar, abrir espacios públicos, comunicativos, etc.) a los movimientos, poniéndose a su servicio, permitiéndoles la conquista y la utilización de los nexos de la administración. Si un partido no quiere hacer esto y se reproduce burocráticamente conforme a sus dinámicas internas, no es más que basura inútil.
La experiencia de los movimientos contiene en su centro la pobreza y el trabajo, la explotación y la opresión. Se trata de temas que no tienen ninguna blandura. Son temas insurgentes y a menudo constituyentes. Los movimientos nacen del sufrimiento, de la indignación, de la resistencia. Tienen problemas que han de resolver y para resolverlos deben proyectar su autonomía y su fuerza en el interior de la estructura del poder. Pero esta estructura está podrida. En consecuencia, los movimientos son exodantes. No tienen ninguna intención de confundirse con el poder y no aceptan la figura postmoderna de una transparente y blanda equivocidad. Sin embargo, para alcanzar sus fines, que son los de aliviar el sufrimiento, de eliminar la pobreza y de desarrollar cooperación, de luchar contra la guerra y contra toda violencia estatal, los movimientos necesitan (conservando su autonomía, continuando en su éxodo) utilizar algunos instrumentos de la administración estatal y burocrática. Si hay partidos o grupos administrativas o de gobierno que quieren ayudarles en ese cometido, ¡bienvenidos sean! En América Latina hay gobiernos, como los de Lula en Brasil y de Kirchner en Argentina, que están enseñando al mundo (y a nosotros) que el poder sólo se puede ejercer poniéndose en relación con los movimientos: ahora bien, ¿por qué estos salvajes del tercer mundo no pueden enseñar algo a nuestros socialistas y comunistas? ¿Por qué la lógica de gobierno se sigue fijando aquí, míticamente, en sus cabezas, de manera completamente separada de la relación que, no sólo cuando queremos ser eficaces, sino simplemente para existir, deben tener con los movimientos? ¿Piensan que su retórica no violenta puede consolidar un función autosubsistente de representación? ¿Representación de quién, de qué, para qué?
La salida del siglo XX, sin lugar a dudas, ya se ha producido. Es una salida larga y fatigosa y, sobre todo, es la salida de una idea y una práctica de la soberanía autosubsistentes y, en el fondo, totalitarias. En la crisis de las instituciones y de la representación que vivimos, debería estar claro que ya no hay legitimidad que no pase a través de relaciones de movimiento. El partido, o está abierto a los movimientos o no es. Por otra parte, los movimientos no le hacen llegar su mensaje, sino que le dicen a la cara que, si por el momento el partido puede existir como estructura de servicio, mañana deberá desaparecer, y que una nueva representación de movimiento debe sustituirle. Así, pues, en la fase actual, dentro de la ambigüedad que ésta presenta, debemos esclarecer los términos de la convivencia entre movimientos y estructuras de representación. La salida del siglo XX no es el final de la historia, pero sin duda alguna es el final de los partidos. Nunca antes se han visto embestidos por una hostilidad tan grande e irreversible y por una desconfianza tan profunda: no es la falta de política, sino precisamente su contrario, es decir, el renovarse, el expandirse y el consolidarse de un nuevo espíritu político, es el nacimiento de los movimientos, es el expresarse de las multitudes que, politizando la existencia, rechazan los partidos. Ésta es una salida, no blanda, del siglo XX. Ésta es una acción en el interregno que atravesamos entre la vieja democracia del siglo XX y la nueva potencia de autogestión y de gobierno de las multitudes inteligentes.
Los movimientos no son lobbies. El feminismo, y nuestra experiencia, también nos han enseñado esto. No están en los márgenes de la sociedad y de la historia, sino en el centro. Hacen la historia. La salida del siglo XX está marcada sin duda alguna por los tiempos del siglo breve (1917-1968), por la caída de la Unión Soviética y por el fin de la función hegemónica del movimiento obrero: pero esta salida está determinada y hegemonizada en su resultado por el nacimiento y el afirmarse de potencias incontenibles. Estas diferencias organizadas en movimientos ya no piensan en la conquista del Palacio de Invierno, sino en la construcción de otro mundo posible. Exodan del poder. Atraviesan ahora el interregno entre la modernidad y la postmodernidad, mostrándose a veces inseguras sobre los pasos a dar, pero seguras del objetivo a conseguir.
¿Por qué deberíamos enternecernos ante las exigencias que suscitan las variables y equívocas alianzas del Ulivo? ¿O ante las que determinan las oscuras finalidades de un eventual gobierno Prodi? ¿Por qué debería conmovernos la pretensión del ministerio de Interior berlusconiano de ser no violentos? Nosotros no somos violentos. Pero somos desobedientes, proponemos ilegalidad, creemos en otro mundo posible. Estamos al lado de los tranviarios, de los obreros de los aeropuertos, de los investigadores, de toda la intelectualidad que rechaza la violencia de los gobiernos neoliberales. El movimiento, las multitudes, son un Rey -y de nada sirve que los partidos finjan ser otra cosa que pajes.
Publicado en la revista Posse, Roma, «Nuovi animali politici», mayo de 2004 (disponible en www.manifestolibri.it).

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