domingo, 6 de junio de 2010

Por Bagua. Pedro Efraín Salas Cárdenas




Frente a una hoja en blanco veo morir la ilusión. Me creo un tipo bien informado hasta estar frente a una hoja en blanco que pide de mí una reflexión coherente, militante y combativa. Siento que fueron inútiles mis horas de biblioteca, siento que fueron inútiles los codos que gasté sobre el diario o la revista, siento que la banalidad de mis fuentes acalambra mi pesado y arrítmico movimiento intelectual. Me queda la retórica como recurso, fiel herramienta de los muchos que quieren prostituir el pensamiento de la consciencia. ¿No es acaso esa retórica de bajo fuselaje la que nos ha llevado a contemplar, de faldas y de pantalones cortos, de pechos al descubierto y de mejillas coloradas, el troyano espectáculo de regar con sangre la sangre ya derramada? Mi traje de revolucionario está impoluto en el armario de mi vergüenza, pero de alguna manera quiero hacerme presente en este acto y tal vez tímidamente gritar: ¡Soy un indígena al que han matado! ¡Soy un policía al que ordenan matar! ¡Soy un pueblo al que quieren emborrachar!
No son investigaciones, simplemente son noticias. No es indignación, simplemente son opiniones que saben respetar claramente las fronteras de lo establecido. ¿Cuándo se empezará a cuestionar la información de nuestros informantes? ¿Cuándo dejaremos el lugar común del insulto que, como botella que es lanzada al mar, nunca llegará a su destino a tiempo? ¿Cuándo cambiaremos la postura por la acción? ¿Cuándo nos dejaremos de reunir en el muro de los lamentos para reunirnos en el espacio de las propuestas? Sé. Somos muchos y lo peor de todo es que no estamos revueltos. Como toros que entran a la plaza, como corderos que siguen el rebaño, creemos que somos individuos, unidades suficientemente capaces de cuidar el cuero propio. Nuestra infinita inocencia regocija a nuestros verdugos, que seguramente celebran el florecimiento de la diferencia, institución que legitimamos día a día al querer representar monólogos de vida, monólogos de pensamiento, frías carreteras rectilíneas que acaban en un paradero programado.
Felizmente, pueblo que sabe mantener nuestra historia viva y presente, existe un grupo de hombres que nos enseña que es posible estar revueltos y resueltos. No cuestiono sus motivos, porque la verdad estoy mal informado. No saludo su violencia, porque la verdad prefiero quedarme flotando seguro en la balsa de la opinión correcta. Pero sí, me atrevo a brindar, no con ron por supuesto, por esos indígenas muertos, que en realidad soy yo muerto, hasta que mi consciencia, alejada del vicio de la prostitución inducida, me reviva.
Con el perdón de las prostitutas no retóricas, que tan ardua labor realizan.
Por la memoria de los policías que perdieron el cuero siguiendo el rebaño.
Por todos los presentes y más aún por los no presentes.

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