jueves, 4 de julio de 2013

El desafío del movimiento estudiantil: dejar de estar a la defensiva y luchar por una nueva reforma universitaria.


Son varios ya los años que tenemos padeciendo el deterioro de la universidad y la educación superior en general. Las causas de este deterioro son de diversa índole: la pérdida de su relevancia en el quehacer nacional como productora de conocimiento o dotadora de cuadros profesionales; su falta de pertinencia para relacionarse con la realidad y los problemas sociales; su mediocridad académica; sus limitaciones institucionales habiéndose configurado un sistema político perverso que reproduce la corrupción y el clientelismo; su conversión en un vil negocio tanto en las universidades con fines de lucro en la mayoría de los casos son una estafa, con posgrados incluidos, como en las universidades públicas que en nombre de la proyección social o brindar servicios son negocios privados.

El marco institucional de este deterioro han sido la vieja ley universitaria que ya no responde  a los desafíos actuales de la educación superior, y el régimen que propició el fujimorismo con la multiplicación de las universidades con fines de lucro de manera descontrolada y bajo la forma más salvaje de “libre mercado”. Se han producido algunas iniciativas de cambio, sin embargo, estas siempre han sido de poca profundidad, abordando aspectos bastante parciales de la problemática, mientras que los actores universitarios han estado fundamentalmente a la defensiva, unos para defender el estatus quo de la decadencia, otros por simple “defensismo”, sin la capacidad de articular propuestas que permitan el impulso de una reforma más amplia, en nombre de la “autonomía”, “la gratuidad” y el rechazo de la privatización aunque en los hechos esta se ha ido produciendo. En ese sentido, estos últimos actúan reactivamente cada vez que hay alguna iniciativa de cambio, sea de cualquier signo.

Sin ánimos de caer en discursos “corporativos” que tratan de levantar los intereses de algún estamento universitario, la energía demostrada en las últimas movilizaciones contra la discusión de una nueva ley, pero también su rechazo al actual orden de cosas,
debería convertir a los estudiantes en protagonistas de un profundo cambio en la educación superior. Ellos deberían ser los más interesados en mejorar la calidad de su educación.

Sin embargo, para ello, será necesario emprender una profunda discusión que ponga realmente los puntos sobre las íes. Lamentablemente las organizaciones estudiantiles, o gremiales no han estado a la altura de esto. Es necesario, por ello, que al calor de la lucha, las diversas organizaciones desarrollen desde la discusión de una agenda de reforma de la universidad y se constituyan los sujetos de cambio. Más allá de las intenciones buenas o malas de la actual propuesta de ley en discusión, su mayor problema es haber sido incapaz de promover un verdadero debate al respecto, una movilización en torno a ello, además de hacerlo desde un espacio, como es el Congreso, que la mayoría de la ciudadanía siente como ajeno. No basta quedarnos pues con una lógica defensiva. ¿Se podrá esta vez cambiar la situación crítica en que están las universidades y la educación superior en general?

Algunos puntos de agenda para reformar la universidad peruana

1.      ¿Las universidades son sólo de los universitarios? Autonomía si, autismo no.
Las universidades peruanas no sólo son de los universitarios, menos de los negociantes que se enriquecen con ellas incluidos muchos de los rectores de la Asamblea Nacional de Rectores que en sus diversos regímenes, sean públicas o privadas, son parte del actual desastre universitario. La autonomía tiene dos propósitos: darse sus propios fines y ser capaces de autogobernarse. Sin embargo, estos propósitos no se desarrollan ni deben desarrollarse al margen de lo que ocurre en la sociedad y en el país. La relación con los actores estatales y de la sociedad civil, en sus diversos niveles, es fundamental y la universidad debe rendirles cuentas tanto en lo económico como en lo que atañe a su labor. Se debe pues convocar el compromiso de esos actores sociales, y de la sociedad civil regional y nacional, como se debe exigir el compromiso del Estado con el financiamiento, la fiscalización y el control de calidad de las actividades universitarias. El peso mayoritario en cualquier órgano de orientación, planificación y control de las políticas públicas en torno a la universidad y la educación superior debe estar en los actores universitarios, pero no sólo en ellos. Los movimientos sociales, las organizaciones gremiales, los gobiernos sub-nacionales, los actores económicos, los colegios profesionales junto a las autoridades educativas también deben participar.

2.       Rescatar las universidades públicas, acabar con las universidades con fines de lucro.
Se debe detener la privatización pasiva y activa de la universidad. La privatización pasiva que se viene produciendo a través de las “pre”, de los servicios como los cursos con auspicio de la universidad para lograr certificaciones de diverso tipo, son parte de los negocios privados de autoridades y miembros de las universidades. Las universidades con fines de lucro, en su gran mayoría, han contribuido al total deterioro de la calidad universitaria. La universidad privada debe existir, más debe eliminarse la universidad que tiene por objeto el lucro. Por otra parte, es necesario que el Estado invierta para la investigación en las universidades orientado fines para ello, así como a mejorar sus diversos servicios.

3.       Reformar el sistema político de la universidad.
Las elecciones libres y universales para la elección de autoridades y representantes de los diversos estamentos, es urgente y necesaria. Los rectores de las universidades dicen que estas elecciones politizarían aún más a las universidades. Esto no hace sino demostrar que le temen a la democracia para gobernar la universidad y que están más interesados en salvaguardar sus propios intereses. El voto universal permitirá romper con la lógica perversa que genera la elección indirecta que permite la compra y venta de votos y favorecer a las clientelas.

4.      Generar nuevas prácticas de lo universitario. Construir poder popular desde la universidad para la transformación social.
Los problemas de fondo no sólo los resolverá una ley. Se requiere de una gran discusión constituyente de lo universitario que permita elaborar de manera colectiva un diagnóstico de la universidad y las estrategias a desarrollar para afrontar sus problemas y desafíos. Pero, incluso más allá de esto, no habrá cambios de fondo si es que no empezamos a trascender lo universitario como un simple espacio de formación en el que se presta un servicio, en el que los estudiantes son clientes que van a ejercer un derecho solamente individual. Requerimos de una universidad al servicio de la transformación social, que a través del desarrollo de nuevas epistemologías en perspectivas más interculturales, de metodologías de reflexión-investigación-acción-participativa, ya  través de la organización, acompañe procesos de construcción de alternativas sociales en los diversos ámbitos y campos. La universidad debe ser un epicentro de experimentación, un laboratorio en el que los saberes académicos sean capaces de dialogar con los saberes populares y abordar los problemas concretos de comunidades, emprendimientos, movimientos sociales, territorios, etc. a través de talleres, cátedras libres, investigaciones colectivas. Esto permitirá generar una nueva correlación de fuerzas que le darán un sentido emancipatorio a las prácticas universitarias y sostener las reformas institucionales que se precisan.


martes, 2 de julio de 2013

La izquierda peruana, su desencuentro con la imaginación, la realidad y su propia historia.


"Escribe Luis Araquistain que "el espíritu con­servador, en su forma más desinteresada, cuan­do no nace de un bajo egoísmo, sino del temor a lo desconocido e incierto, es en el fondo falta de imaginación". Ser revolucionario o renovador es, desde este punto de vista, una consecuencia de ser más o menos imaginativo. El conservador rechaza toda idea de cambio por una especie de incapacidad mental para concebirla y para acep­tarla. Este caso es, naturalmente, el del conser­vador puro, porque la actitud del conservador práctico, que acomoda su ideario a su utilidad y a su comodidad, tiene, sin duda, una génesis di­ferente."

"De otro lado, la imaginación, generalmente, es menos libre y menos arbitraria de lo que se supone. La pobre ha sido muy difamada y muy deformada. Algunos la creen más o menos loca; otros la juzgan ilimitada y hasta infinita. En realidad, la imaginación es asaz modesta. Como todas las cosas humanas, la imaginación tiene también sus confines. En todos los hombres, en los más geniales, como en los más idiotas, se encuentra condicionada por circunstancias de tiempo y de espacio. El espíritu humano reacciona contra la realidad contingente. Pero precisamente cuando reacciona contra la realidad es cuando tal vez depende más de ella. Pugna por modificar lo que ve y lo que siente; no lo que ignora. Luego, sólo son válidas aquellas utopías que se podrían llamar realistas."
José Carlos Mariátegui

"En el Perú sólo hemos pensado en una tradición comunista, olvidando a quienes fueron derrotados pero que quizá planteaban caminos que pueden ser útiles para discutir. No buscar otra receta, hacernos una. En todos los campos. Insistir con toda nuestra imaginación. Hay que volver a lo esencial del pensamiento crítico, lo que no siempre coincide con mostrarse digerible o hacer proyectos rentables. Es diferente pensar para las instituciones o para los sujetos…"

"El socialismo no debería ser confundido con una sola vía. Tampoco es un camino trazado. Después de los fracasos del estalinismo es un desafío para la creatividad. Estábamos demasiados acostumbrados a leer y repetir. Saber citar. Pero si se quiere tener futuro, ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la creatividad. Reencontremos la dimensión utópica…"

"La cuestión se plantea sólo como el dilema entre quienes admiten la violencia y quienes optan por la vía legal. Así como hace falta una nueva alternativa, es necesario pensar el camino. Algunos creen que hay recetas ya establecidas y que apenas tienen que aplicarlas. Cuando las revoluciones han tenido éxito no ha sido así. Todo lo contrario, siempre han sido y serán excepcionales."
 Alberto Flores Galindo

Cuando se habla de la crisis de la que aún no sale la izquierda, se afirma que ésta se debe o debió a sus desencuentros con la realidad, a su ideologicismo, a las transformaciones en el mundo que no pudo comprender, a la violencia del senderismo, al neoliberalismo impuesto a sangre y fuego y a la caída del Muro de Berlín, a su romanticismo, entre otras razones. De esta manera, la izquierda prácticamente aplastada por las circunstancias y sus pecados, no fue capaz de modernizarse, de asumir o relacionarse con los nuevos sujetos emergidos tras el ocaso del movimiento obrero o del campesinado como los emprendedores que no soñaban futuros luminosos sino el éxito personal; de adoptar la democracia liberal como horizonte insuperable tras el fracaso del socialismo del Este y la derrota de los procesos de lucha armada; y renunciar, maduramente por tanto, a la tantas veces invocada, revolución.

Esta es una manera de ver los desencuentros de nuestra izquierda con la realidad. Sin embargo, creemos que son pensables otras posibilidades, otras dimensiones de ese desencuentro producido en su pasado anterior, y que en esas otras posibilidades hay elementos aún más letales que pueden explicarnos por qué la izquierda –hasta hoy-  sigue a la defensiva, e incapaz de asumir radicalmente el carácter de su propia derrota y a partir de ella su superación. Tal vez, esas otras posibilidades tengan que ver con su renuncia temprana a lo mejor de su herencia, la “creación heroica” y la imaginación de la que hablaba Mariátegui, que nos permitía descubrir, en cada circunstancia, los potenciales de transformación en las propias entrañas de la realidad. De esta manera, la izquierda cayó en nuevas idealizaciones acerca de la propia realidad renunciando a su propia historia, a sus propios procesos, a las energías e imaginación de miles de hombres y mujeres que pusieron sus sueños y mucho de sus vidas en la construcción de la izquierda y un proyecto desmesurado de transformación para el país.

Así, como lo comentan tantos compas de aquellos años, de repente la derrota implicó en el caso de una gran mayoría de dirigentes de la izquierda el alejamiento de sus bases, de los militantes que estaban en el terreno intentando implementar los lineamientos políticos. La derrota de ciertas verdades reveladas y el surgir de nuevas revelaciones llevaron a que estos generales se retirarán sin explicaciones, incapaces de observar lo que a pesar de todo se seguía produciendo creativamente abajo. Los más consecuentes se refugiarían en la doctrina y el testimonio o en la fuga hacia otros ámbitos desde donde aportar, no sin cargar con una gran culpa.

Por ello, hoy, lo que tenemos en lo que podríamos denominar la “vieja izquierda”, es poca claridad política para pararse firmemente a sus rivales y ofrecer otra imagen de futuro, siempre con actitud vergonzante y zigzagueante frente a los procesos de cambio que se producen en América Latina, o con poca comprensión de las amplias movilizaciones callejeras y los movimientos sociales que han marcado las últimas décadas tras la caída del Muro de Berlín, e incluso los procesos “destituyentes” en varios países que para nosotros pasaron de costado, dado que ha sido reticente a la cualquier posibilidad de destitución de un orden constituido ilegítimamente como el nuestro, invocando como en una oración el respeto al estado de derecho.

Recuerdo aún algunos debates, años después de la catástrofe, entre intelectuales de izquierda que proclamaban que su mayor error era no haber virado rápidamente hacia un proyecto moderno, socialdemócrata, en un contexto en el que en el mundo justamente la socialdemocracia demostraba su máximo fracaso para frenar la ofensiva neoliberal o simplemente se había hecho parte de ella.  Alejada de las experimentaciones producidas en el continente y en el mundo, o incluso en nuestro propio país, prefirió la recurrencia a las fórmulas clásicas, a lo seguro, a no asumir riesgos apelando fundamentalmente a la representación, la incidencia, a la institución a los esquemas de cierta ciencia política o en la reivindicación testimonial...tachando todo lo demás de “epocal” o poco realista.

Comprender esto tal vez nos ayude a entender por qué en el Perú, que tuvo una de las izquierdas más importantes del continente y una intelectualidad crítica importante, terminamos en la indigencia más grande. Cabe preguntarse ¿Por qué se desmoronó tan pronto y tan rápido la izquierda? ¿Por qué tan pronto, a pesar seguramente de muchos de sus méritos, la intelectualidad de izquierda terminó al margen de los debates de las corrientes más radicales y creativas del orbe, o las que existieron y trataron de ser radicales y creativas simplemente quedaron en la marginalidad?

No nos interesa seguir con balances liquidacionistas, ni reivindicar originalismos, “esa” izquierda es parte de nuestra historia, o somos también parte de su historia. Se trata de intervenir en el debate en el que los lugares comunes siguen explicando los problemas y las posibles salidas dentro de la izquierda. Para ello tal vez nos sirva mirar, los dilemas que debían afrontar las izquierdas en medio de la grave crisis que atravesaba nuestro país en los años ochenta, momento de bifurcación histórica. Estos dilemas eran solamente ¿optar por la democracia electoral o entrar en la dinámica de la guerra?, ¿eran posibles otras formas de imaginarnos la revolución? ¿Podían imaginarse otras formas de acción política que no la redujeran sólo al calendario electoral o la dinámica institucional? ¿Teníamos que resignarnos a aceptar sin más los ritmos de un régimen político que estaba siendo deshecho por acción de sus propios patrocinadores?

Importantes hipótesis desde nuestro punto de vista se tejían y jugaban en aquellos años en medio de los procesos electorales, la guerra y, por qué no, la búsqueda de un orden alternativo a través de una revolución, de una democracia algo más sustantiva que la que se restringe solo a votar. Otras posibilidades de derrotar la imposición neoliberal, la represión y la guerra. Amplios sectores de la militancia apostaron a orientaciones como las de la estrategia de “gobierno y poder popular” en el entendido que el poder no se agota en el Estado ni la política en la gestión; apostaron por una acción política masiva, policlasista, transformadora y constituyente a través de un “Frente Revolucionario de Masas” que asumía de otra manera al sujeto de la transformación social sin reducirlo a ser una máquina electoral; a constituir una institucionalidad diferente, a través de una Asamblea Nacional Popular en la que el pueblo organizado pueda desplegar su capacidad de autogobierno. La revolución podía resignificarse, creyeron muchos, recogiendo lo mejor de la cultura disruptiva de la izquierda, su dinámica de masas, su invocación amenazante frente al orden constituido cada vez autoritario que podía a su vez convocar el poder destituyente y constituyente del pueblo. Lo pagaron caro, con sus vidas, tanto a manos del terrorismo senderista como del terrorismo de estado. Fueron justamente esas búsquedas, intuiciones, imaginación a las que se renunció tan pronto la izquierda y particularmente sus notables.

La renuncia a la imaginación, y por tanto también a esa realidad que consiste en partir desde la superficie misma de las prácticas sociales y sus experimentaciones, sigue reproduciendo una izquierda incapaz de partir desde lo concreto y necesario, y desde ahí de la capacidad de imaginar lo distinto, lo oblicuo, lo audaz, lo intempestivo, lo rupturista, los otros posibles contenidos en la situación, incluso en aquella que está dominada por el conservadurismo, el clientelismo y el pragmatismo. Nuestra izquierda sigue confiando en “atajos realistas” electorales, representativos y programáticos que pretenden actúen como fórmulas mágicas sobre la realidad, y con su invocación bastara, sin aprender, después de muchos años, que estos intentos de fuga hacia adelante no funcionan. Siendo necesarias seguramente estas tareas, la izquierda y muchos de sus miembros siguen sin tomar la decisión de desplegarse en lo popular. Cuántos jóvenes izquierdistas prematuramente madurados desde un pretendido realismo creen que lo serio está en seguir reproduciendo la lógica de la representación y de la gestión, que termina siendo finalmente el acomodamiento y el aburguesamiento, la renuncia a la creación y a la pasión y su lejanía de las clases populares.

Mientras tanto lo más creativo sigue pasando por fuera de la izquierda, pero ahí están las prácticas de la resistencia, conviviendo cuerpo a cuerpo con la dominación, ahí está lo intempestivo esperando al acecho. Ojalá que la decisión de construir un frente, de reagruparse, haga que de alguna manera la izquierda viva un refresco, recupere lo mejor de su historia y desde ella desate la imaginación para ir a lo encuentro de lo real y no seguir viviendo en fantasías.