martes, 2 de julio de 2013

La izquierda peruana, su desencuentro con la imaginación, la realidad y su propia historia.


"Escribe Luis Araquistain que "el espíritu con­servador, en su forma más desinteresada, cuan­do no nace de un bajo egoísmo, sino del temor a lo desconocido e incierto, es en el fondo falta de imaginación". Ser revolucionario o renovador es, desde este punto de vista, una consecuencia de ser más o menos imaginativo. El conservador rechaza toda idea de cambio por una especie de incapacidad mental para concebirla y para acep­tarla. Este caso es, naturalmente, el del conser­vador puro, porque la actitud del conservador práctico, que acomoda su ideario a su utilidad y a su comodidad, tiene, sin duda, una génesis di­ferente."

"De otro lado, la imaginación, generalmente, es menos libre y menos arbitraria de lo que se supone. La pobre ha sido muy difamada y muy deformada. Algunos la creen más o menos loca; otros la juzgan ilimitada y hasta infinita. En realidad, la imaginación es asaz modesta. Como todas las cosas humanas, la imaginación tiene también sus confines. En todos los hombres, en los más geniales, como en los más idiotas, se encuentra condicionada por circunstancias de tiempo y de espacio. El espíritu humano reacciona contra la realidad contingente. Pero precisamente cuando reacciona contra la realidad es cuando tal vez depende más de ella. Pugna por modificar lo que ve y lo que siente; no lo que ignora. Luego, sólo son válidas aquellas utopías que se podrían llamar realistas."
José Carlos Mariátegui

"En el Perú sólo hemos pensado en una tradición comunista, olvidando a quienes fueron derrotados pero que quizá planteaban caminos que pueden ser útiles para discutir. No buscar otra receta, hacernos una. En todos los campos. Insistir con toda nuestra imaginación. Hay que volver a lo esencial del pensamiento crítico, lo que no siempre coincide con mostrarse digerible o hacer proyectos rentables. Es diferente pensar para las instituciones o para los sujetos…"

"El socialismo no debería ser confundido con una sola vía. Tampoco es un camino trazado. Después de los fracasos del estalinismo es un desafío para la creatividad. Estábamos demasiados acostumbrados a leer y repetir. Saber citar. Pero si se quiere tener futuro, ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la creatividad. Reencontremos la dimensión utópica…"

"La cuestión se plantea sólo como el dilema entre quienes admiten la violencia y quienes optan por la vía legal. Así como hace falta una nueva alternativa, es necesario pensar el camino. Algunos creen que hay recetas ya establecidas y que apenas tienen que aplicarlas. Cuando las revoluciones han tenido éxito no ha sido así. Todo lo contrario, siempre han sido y serán excepcionales."
 Alberto Flores Galindo

Cuando se habla de la crisis de la que aún no sale la izquierda, se afirma que ésta se debe o debió a sus desencuentros con la realidad, a su ideologicismo, a las transformaciones en el mundo que no pudo comprender, a la violencia del senderismo, al neoliberalismo impuesto a sangre y fuego y a la caída del Muro de Berlín, a su romanticismo, entre otras razones. De esta manera, la izquierda prácticamente aplastada por las circunstancias y sus pecados, no fue capaz de modernizarse, de asumir o relacionarse con los nuevos sujetos emergidos tras el ocaso del movimiento obrero o del campesinado como los emprendedores que no soñaban futuros luminosos sino el éxito personal; de adoptar la democracia liberal como horizonte insuperable tras el fracaso del socialismo del Este y la derrota de los procesos de lucha armada; y renunciar, maduramente por tanto, a la tantas veces invocada, revolución.

Esta es una manera de ver los desencuentros de nuestra izquierda con la realidad. Sin embargo, creemos que son pensables otras posibilidades, otras dimensiones de ese desencuentro producido en su pasado anterior, y que en esas otras posibilidades hay elementos aún más letales que pueden explicarnos por qué la izquierda –hasta hoy-  sigue a la defensiva, e incapaz de asumir radicalmente el carácter de su propia derrota y a partir de ella su superación. Tal vez, esas otras posibilidades tengan que ver con su renuncia temprana a lo mejor de su herencia, la “creación heroica” y la imaginación de la que hablaba Mariátegui, que nos permitía descubrir, en cada circunstancia, los potenciales de transformación en las propias entrañas de la realidad. De esta manera, la izquierda cayó en nuevas idealizaciones acerca de la propia realidad renunciando a su propia historia, a sus propios procesos, a las energías e imaginación de miles de hombres y mujeres que pusieron sus sueños y mucho de sus vidas en la construcción de la izquierda y un proyecto desmesurado de transformación para el país.

Así, como lo comentan tantos compas de aquellos años, de repente la derrota implicó en el caso de una gran mayoría de dirigentes de la izquierda el alejamiento de sus bases, de los militantes que estaban en el terreno intentando implementar los lineamientos políticos. La derrota de ciertas verdades reveladas y el surgir de nuevas revelaciones llevaron a que estos generales se retirarán sin explicaciones, incapaces de observar lo que a pesar de todo se seguía produciendo creativamente abajo. Los más consecuentes se refugiarían en la doctrina y el testimonio o en la fuga hacia otros ámbitos desde donde aportar, no sin cargar con una gran culpa.

Por ello, hoy, lo que tenemos en lo que podríamos denominar la “vieja izquierda”, es poca claridad política para pararse firmemente a sus rivales y ofrecer otra imagen de futuro, siempre con actitud vergonzante y zigzagueante frente a los procesos de cambio que se producen en América Latina, o con poca comprensión de las amplias movilizaciones callejeras y los movimientos sociales que han marcado las últimas décadas tras la caída del Muro de Berlín, e incluso los procesos “destituyentes” en varios países que para nosotros pasaron de costado, dado que ha sido reticente a la cualquier posibilidad de destitución de un orden constituido ilegítimamente como el nuestro, invocando como en una oración el respeto al estado de derecho.

Recuerdo aún algunos debates, años después de la catástrofe, entre intelectuales de izquierda que proclamaban que su mayor error era no haber virado rápidamente hacia un proyecto moderno, socialdemócrata, en un contexto en el que en el mundo justamente la socialdemocracia demostraba su máximo fracaso para frenar la ofensiva neoliberal o simplemente se había hecho parte de ella.  Alejada de las experimentaciones producidas en el continente y en el mundo, o incluso en nuestro propio país, prefirió la recurrencia a las fórmulas clásicas, a lo seguro, a no asumir riesgos apelando fundamentalmente a la representación, la incidencia, a la institución a los esquemas de cierta ciencia política o en la reivindicación testimonial...tachando todo lo demás de “epocal” o poco realista.

Comprender esto tal vez nos ayude a entender por qué en el Perú, que tuvo una de las izquierdas más importantes del continente y una intelectualidad crítica importante, terminamos en la indigencia más grande. Cabe preguntarse ¿Por qué se desmoronó tan pronto y tan rápido la izquierda? ¿Por qué tan pronto, a pesar seguramente de muchos de sus méritos, la intelectualidad de izquierda terminó al margen de los debates de las corrientes más radicales y creativas del orbe, o las que existieron y trataron de ser radicales y creativas simplemente quedaron en la marginalidad?

No nos interesa seguir con balances liquidacionistas, ni reivindicar originalismos, “esa” izquierda es parte de nuestra historia, o somos también parte de su historia. Se trata de intervenir en el debate en el que los lugares comunes siguen explicando los problemas y las posibles salidas dentro de la izquierda. Para ello tal vez nos sirva mirar, los dilemas que debían afrontar las izquierdas en medio de la grave crisis que atravesaba nuestro país en los años ochenta, momento de bifurcación histórica. Estos dilemas eran solamente ¿optar por la democracia electoral o entrar en la dinámica de la guerra?, ¿eran posibles otras formas de imaginarnos la revolución? ¿Podían imaginarse otras formas de acción política que no la redujeran sólo al calendario electoral o la dinámica institucional? ¿Teníamos que resignarnos a aceptar sin más los ritmos de un régimen político que estaba siendo deshecho por acción de sus propios patrocinadores?

Importantes hipótesis desde nuestro punto de vista se tejían y jugaban en aquellos años en medio de los procesos electorales, la guerra y, por qué no, la búsqueda de un orden alternativo a través de una revolución, de una democracia algo más sustantiva que la que se restringe solo a votar. Otras posibilidades de derrotar la imposición neoliberal, la represión y la guerra. Amplios sectores de la militancia apostaron a orientaciones como las de la estrategia de “gobierno y poder popular” en el entendido que el poder no se agota en el Estado ni la política en la gestión; apostaron por una acción política masiva, policlasista, transformadora y constituyente a través de un “Frente Revolucionario de Masas” que asumía de otra manera al sujeto de la transformación social sin reducirlo a ser una máquina electoral; a constituir una institucionalidad diferente, a través de una Asamblea Nacional Popular en la que el pueblo organizado pueda desplegar su capacidad de autogobierno. La revolución podía resignificarse, creyeron muchos, recogiendo lo mejor de la cultura disruptiva de la izquierda, su dinámica de masas, su invocación amenazante frente al orden constituido cada vez autoritario que podía a su vez convocar el poder destituyente y constituyente del pueblo. Lo pagaron caro, con sus vidas, tanto a manos del terrorismo senderista como del terrorismo de estado. Fueron justamente esas búsquedas, intuiciones, imaginación a las que se renunció tan pronto la izquierda y particularmente sus notables.

La renuncia a la imaginación, y por tanto también a esa realidad que consiste en partir desde la superficie misma de las prácticas sociales y sus experimentaciones, sigue reproduciendo una izquierda incapaz de partir desde lo concreto y necesario, y desde ahí de la capacidad de imaginar lo distinto, lo oblicuo, lo audaz, lo intempestivo, lo rupturista, los otros posibles contenidos en la situación, incluso en aquella que está dominada por el conservadurismo, el clientelismo y el pragmatismo. Nuestra izquierda sigue confiando en “atajos realistas” electorales, representativos y programáticos que pretenden actúen como fórmulas mágicas sobre la realidad, y con su invocación bastara, sin aprender, después de muchos años, que estos intentos de fuga hacia adelante no funcionan. Siendo necesarias seguramente estas tareas, la izquierda y muchos de sus miembros siguen sin tomar la decisión de desplegarse en lo popular. Cuántos jóvenes izquierdistas prematuramente madurados desde un pretendido realismo creen que lo serio está en seguir reproduciendo la lógica de la representación y de la gestión, que termina siendo finalmente el acomodamiento y el aburguesamiento, la renuncia a la creación y a la pasión y su lejanía de las clases populares.

Mientras tanto lo más creativo sigue pasando por fuera de la izquierda, pero ahí están las prácticas de la resistencia, conviviendo cuerpo a cuerpo con la dominación, ahí está lo intempestivo esperando al acecho. Ojalá que la decisión de construir un frente, de reagruparse, haga que de alguna manera la izquierda viva un refresco, recupere lo mejor de su historia y desde ella desate la imaginación para ir a lo encuentro de lo real y no seguir viviendo en fantasías.


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