Por: Álvaro Campana Ocampo
Conforme van definiéndose más los posicionamientos electorales, el debate dentro de las izquierdas y el nacionalismo va derivando en calificaciones injuriosas y comparaciones pretendidamente didácticas e históricas, pero que rebajan el nivel de la discusión. Es el caso del artículo de nuestro amigo y compañero Sergio Tejada denominado “La Unidad y el fantasma de Catapilco”. En este artículo, entre un conjunto de argumentos respetables y debatibles, se desliza una identificación de Marco Arana, cura y dirigente de Tierra y Libertad, con Antonio Zamorano, un sacerdote chileno conocido como el “cura de Catapilco”. Este sacerdote participó de las elecciones en 1958 y evitó con su 3% el triunfo de la Unidad Popular en Chile, pero además, luego de mostrarse como un cura “progre”, terminaría apoyando -años después- el pinochetismo que derrocó a Allende, desnudando al final el verdadero rol que de manera deliberada parecía jugar desde años atrás.
Esta forma de debate no nos lleva, en perspectiva, a nada constructivo. Tal vez sí, desnuda la poca tolerancia de los compañeros a quienes nos atrevemos a no sentirnos identificados con el nacionalismo, o con Ollanta (con las virtudes y defectos que pueda tener), respecto de los que se atreven a pensar y actuar diferente en un país bastante diverso y heterogéneo como el Perú. Y de hecho, nos muestra poco de la actitud dialogante que nos reclaman. Habría que imaginarse que algunos de nosotros hiciera una odiosa y especulativa comparación de Ollanta Humala con Lucio Gutiérrez, el militar que se pintó de nacionalista y que se convirtió en traidor al movimiento indígena organizado, que cooptó a parte de su dirigencia en su mandato presidencial contribuyendo a su debilitamiento y que recientemente fue instigador de una conspiración golpista contra el presidente Correa en el Ecuador. Sería un total despropósito. Por cierto, Ollanta está bastante lejos de representar el papel de Salvador Allende y el proceso organizativo que impulsa el de la construcción de la Unidad Popular en Chile.
En este sentido, pareciera a estas alturas que las cosas para construir la unidad y lograr un triunfo electoral de las fuerzas populares están cuesta arriba, lo que es lamentable para el país y para quienes queremos transformarlo. Claro, siempre hay una esperanza para cambiar esta realidad, a lo que hemos apostado muchos en nuestros diversos espacios y concordamos en que si algo se necesita es más voluntad política para lograrlo. No se trata de buscar “chivos expiatorios” o quedarnos con la fácil conclusión de que para “dividir al campo popular nunca faltan argumentos” como escribe Sergio porque no nos alineamos detrás de ellos. Remitámonos a los hechos: ¿Se puede responsabilizar sólo a la derecha de la baja popularidad (sin dejar de tomar en consideración la distorsión interesada de las encuestas y las acciones de los poderes fácticos que no soslayamos) o a las fuerzas de izquierda que quieren perfilarse con autonomía por la baja aceptación de Humala? ¿Este es el tipo de correlación de fuerzas social y política que se ha logrado construir en estos años y que sostendrá un proyecto de gran transformación en el gobierno? ¿Son sólo intereses personales los que distancian al nacionalismo de algunas izquierdas e incluso de las organizaciones indígenas? ¿Cuán convocante y articulador ha sido el liderazgo de Ollanta y el PNP para construir una gran confluencia de fuerzas para enfrentar el 2011, pero aún una tarea más compleja como es transformar el país? De otro lado, ¿en qué condiciones está el propio movimiento popular organizado? ¿No será que todos seguimos haciendo de la política liberal institucionalista un fetiche y nos hemos sumergido muy poco en los procesos sociales y no hemos acompañado las luchas de nuestros pueblos, de nuestros y nuestras trabajadoras?
El reconocimiento de nuestras diferencias, de nuestra diversidad pudiera ser un buen punto de partida para entablar un proceso serio de unidad, pero sucede lo que siempre ha ocurrido en el Perú: que la diferencia es más un problema que una posibilidad. Cómo si fuera poco se trata esta realidad como un conjunto de “pretextos”. ¿Abrir un proceso de debate y movilización programática, de diálogo de los diversos componentes que hacemos parte del campo popular de cara a la gente, o procesos de elecciones internas, que serían importantes para desatar la política popular, son sólo pretextos? ¿Preferimos jugar sólo en el terreno de la derecha, en los titulares de sus diarios, en sus encuestas amañadas, solo nos matamos por jugar a la “representación” en sus términos? ¿No podemos entender la política sino solamente como el juego electoral mediático y a la participación popular sólo como el mitin o la votación y sobre ese atajo pretendemos hacer “la gran transformación”?
Con estas preguntas no queremos buscar pretextos, estas reflexiones están lejos de hacerse sólo para entusiasmar a las tribunas, o hacer ironía fácil y algún tipo de escarnio a los que no piensan como uno; se busca plantear las bases para un acercamiento más serio pues como diría Alberto Flores Galindo discrepar es también una forma de aproximarnos.
En mención a lo planteado por Sergio y de los fantasmas que convoca, creo que es necesario decir que si el fantasma de algún cura está rondando por Tierra y Libertad y el país, podría ser el del cura Chumán, cura justiciero y montonero de Ferreñafe cuyas máximas en 1910, año de su levantamiento contra los terratenientes y el mal gobierno, eran “educación tierra y libertad”. Tierra y Libertad, este pequeño esfuerzo, es un factor más en el proceso de transformación del país que tiene mucho que aportar en una discusión que se hace urgente incluso dentro de los propios países que viven tiempos de cambio en Nuestra América y cuyos problemas y desafíos no los pensamos sólo por la propaganda de Vargas Llosa y su “izquierda moderna”. Entre estos tenemos:
El desafío de construir una democracia más sustantiva e intercultural. La urgencia de pensar formas más sustantivas de democracia (política, social, cultural, económica) y de construir intransigentemente una cultura política radicalmente democrática basada en eso que algunos denominamos “poder popular”. Con instituciones fuertes como dicen los liberales pero más allá de ellas, pensar la democracia como la recuperación de la soberanía popular, del poder constituyente y destituyente del pueblo que no se agota en una asamblea constituyente. Igualmente es necesario pensar nuestra democracia más allá de los viejos y modernos nacionalismos y construirla en clave plurinacional, en un país no sólo de bases plebeyas, sino también indígenas. Otro asunto importante a este respecto es el debate y la relación entre los movimientos sociales, los partidos, el Estado y los liderazgos fuertes, ya que no habrá transformación democráticamente radical sin movimientos sociales que sean acicates y garantes de esa transformación, sin pueblo organizado con altos niveles de autonomía. Las salidas de los partidos únicos, la exacerbación de los caudillismos, la cooptación de los movimientos actualmente son problemas reales de los procesos de cambio en curso en nuestros países sobre los que deberíamos pensar ya que en esto se está jugando su supervivencia y profundización. Creo que Tierra y Libertad, con sus propias limitaciones, expresa esta búsqueda de democracia radical e intercultural que puede ser nuestro aporte en la búsqueda de esos otros mundos posibles.
Pensar otro modelo de desarrollo. Es obvio que una de las vertientes más importantes de Tierra y Libertad es el “ecologismo popular”. Esta es una corriente crucial que puede aportar en la construcción de una nueva izquierda radical (que va a la raíz de las cosas) ya que es expresión de la lucha y resistencia de los pueblos frente a la situación límite como especie a la que nos ha llevado el capitalismo, y a la profundización de su tiranía sobre los territorios que habitan para condenarnos eternamente, además, a la subordinación económica haciéndonos meros exportadores de materias primas. Necesitamos pensar y generar otro tipo de economía no basada sólo en el mercado, el estado o la “nación”, sino en formas de economía social en las que las relaciones de explotación sean puestas en cuestión así como nuestras formas de pensar el desarrollo rescatando nuestra ancestral hermandad con la naturaleza y respetando las diversas formas de vida de los pueblos. Este es el tema de hoy en los proyectos de cambio en el continente. No basta con plantear políticas redistributivas con retórica nacionalista que pueden terminar siendo el soporte de una nueva gobernabilidad para un neoliberalismo de segundo piso que se basa en la consolidación del extractivismo.
Tierra y Libertad no ha nacido para ganar algunas curules ni aguarle la fiesta a quienes no han sabido consolidarse como expresión de los anhelos de los pueblos del Perú. Ha nacido para ser parte de ese gran cauce que será la fuerza de los pueblos organizados para abrir otro curso en la historia de nuestro país.
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