MARIÁTEGUI Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Los movimientos sociales y el proyecto socialista en Mariátegui.
Álvaro Campana Ocampo
El objetivo del presente texto es comprender la importancia de los movimientos sociales para Mariátegui y el proyecto socialista que trató de construir en el Perú de su época, estableciendo un diálogo entre su momento histórico y el nuestro en el que los llamados nuevos movimientos sociales parecen ser portadores de lo que se ha denominado una nueva radicalidad, tras la declaratoria del fin de la historia y los nuevos cuestionamientos y antagonismos frente al Capitalismo. De esta forma, intentamos hallar también una continuidad, una suerte de tradición mariateguista, pensada tanto desde nuestra especificidad así como conectada a la universalidad, en la que se muestra una apuesta por la construcción de una nueva civilización donde la autonomía y solidaridad, la libertad, la justicia, y la diversidad son los elementos fundamentales.
Nuestro planteamiento es que Mariátegui perteneció a una corriente que se denomina “marxismo crítico” así como a lo que llamaron “socialismo desde abajo” en las que el problema de la revolución, el poder y el socialismo se resumen en el problema de las masas. Estas corrientes reivindicaron el papel de las masas, de los movimientos sociales como base para la construcción de una nueva civilización, en una perspectiva auténticamente democrática, considerando a estas no sólo en el marco de conflictos sociales resultantes de disfunciones sociales o de leyes económicas, sino y fundamentalmente como agentes de su propio destino, constructores y creadores permanentes de nuevas formas sociales en permanente cuestionamiento de las relaciones de poder. De ahí el carácter voluntarista y creador del marxismo y el socialismo de Mariátegui. Y, sin duda por ello, la importancia otorgada a los movimientos sociales en la construcción de la civilización socialista como se dice hoy en un proceso permanentemente constituyente.
El marxismo de Mariátegui
Por ello, y brevemente es pertinente ubicar a Mariátegui dentro de una tradición dentro de la “doctrina” a cuyo “espíritu” adscribía: el marxismo. Sin duda Mariátegui pertenece a la tradición crítica, a la tradición emancipatoria del marxismo, en el que como el mismo lo diría, éste es un espíritu y por tanto las afirmaciones de Marx no son dogmas y los elementos del andamiaje teórico que este erigió son fundamentalmente herramientas para comprender y transformar la realidad. Por tanto, implicaba una apuesta revolucionaria, servía para tratar realidades específicas, podía acoger otras tradiciones emancipatorias, además de conocimientos y aportes de la ciencia y el llamado “pensamiento burgués”. Mariátegui compartirá con otros marxistas revolucionarios (Lenin, Gramsci, Korsh, Luxemburgo, Pannekoek, entre otros) un marxismo creador que les dio a su vez gran originalidad, la capacidad de entender la complejidad del real y enriquecerse con el pensamiento de vanguardia de su época al margen de su posición filosófica o política. Sorel, Freud, Nietzche entre otros enriquecían para ellos el marxismo.
El proyecto socialista de Mariátegui se alimentaba de un marxismo que no era determinista, no era economicista, era un marxismo donde las nociones de dialéctica, complejidad y totalidad (no totalitarismo) son fundamentales y por tanto no implicaba erigir un nuevo “modo de producción” en el plano económico, resultante del desarrollo de las “fuerzas productivas”; sino la construcción, el ascenso de una nueva civilización, obra que debía ser llevada a cabo por las clases dominadas que concientes, organizadas, con el despliegue de su voluntad y desde lo concreto de su experiencia debían transformar las relaciones sociales, generar un nuevo tipo de sociabilidad, nuevos valores, una ética, moral y estética diferente, en resumen ser agentes de su propia liberación. "La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos" como dirá Marx.
Así, Mariátegui pertenece a lo que Hal Draper llama en su texto “Las dos almas del socialismo” el “Socialismo desde abajo”. Es decir un proyecto radicalmente democrático, desde el tiempo y la experiencia de los propios actores sociales subalternos. Este “socialismo desde abajo” se contraponía las concepciones del “socialismo desde arriba” que predominaría en las corrientes revolucionarias, donde prevalecen formas verticales y autoritarias de organización.
Para el socialismo desde abajo, tanto el conocimiento como las teorías y programas se van construyendo en función de la propia experiencia concreta de lucha que van desarrollando las clases dominadas al calor de las cuales se van constituyendo en sujetos y artífices de su propia historia. Se contrapone pues al vanguardismo, al elitismo (mas no a las vanguardias o las élites), a la concepción idealista según la cual la conciencia y el conocimiento es algo que está más allá de la propia realidad social (que incluye la imaginación, el deseo) y que es resultado de una especie de revelación, de leyes absolutas, de ideas definitivas de las cuales son portadoras un pequeño grupo de personas que por tanto tiene las claves de la historia y deben transmitirlas a los “ciegos obreros de la historia”. Mariátegui incluso se afirmará en una especie de pragmatismo filosófico conciente de la inexistencia de las verdades absoluta pues “el hombre siempre llega para volver a partir”.
Todo esto nos lleva, finalmente, a la necesidad de conocer nuestra específica realidad, reconocer nuestra tradición, dar cuenta de nuestras especificidades históricas, de nuestro propio derrotero histórico diferente al de occidente, no por ello no articulado a él. De ahí la apuesta de Mariátegui por construir un “socialismo indoamericano” que no sea “ni calco ni copia” sino “creación heroica”.
Los movimientos sociales en el proyecto socialista (desde abajo) de Mariátegui.
Cuando hablamos del socialismo desde abajo de Mariátegui, nos estamos basando en las acciones que emprendió Mariátegui en su labor intelectual y organizativa, en el debate y la ruptura producida con Haya de la Torre teniendo como elemento central el tema del poder, y, por supuesto en sus escritos no sistematizados sobre estos asuntos. Lamentablemente un texto que debía comprender su visión respecto de la organización, la nueva institucionalidad que debía emerger del socialismo entre otros, se perdió.
Efectivamente, el socialismo desde abajo de Mariátegui podemos observarlo a partir de su debate y ruptura con Haya. Según Flores Galindo Mariátegui objetó la imagen jacobina de la revolución que tenía Haya y discreparon no sólo en cuestiones orgánicas, tácticas y estratégicas derivadas de sus diferentes formas de ver el Perú, sino desde su concepción misma de la política. Para Haya la política es sinónimo de acción, la revolución nada tendría que ver con discusiones prolongadas. La acción llevaría a la organización del partido como un ejército disciplinado y jerarquizado. La tarea no era tanto organizar a las masas como a las élites selectas. El partido de cuadros, la acción audaz del caudillo son sus elementos. A su vez este caudillo-conductor debía tener el conocimiento de la ciencia revolucionaria, enmarcarse dentro de un hálito mesiánico y de prestigio. El asunto más importante para Haya era llegar a la conquista del poder de manera eficaz, no importando el uso de un golpe de mano por la organización disciplinada, o a través de un bluff. Tiene una visión vertical y autoritaria de la revolución. También se hace presente el paternalismo. Dispositivos que tienen anclajes en nuestra cultura política.
Frente a esta concepción Mariátegui tendrá una visión antagónica. La revolución en principio surge de la afirmación de un mito frente a la ciencia y la organización, de fe y voluntad, entendiendo que el mito es una alternativa fundamentalmente colectiva que se encarna en los deseos y anhelos de las masas. Hay un sustrato espontaneísta en su perspectiva según Flores Galindo, pues remitía al mito y “la revolución como acto colectivo, como creación de las masas, como traducción de sus impulsos y pasiones”. De ahí su conexión con el Lenin de las Tesis de abril, Rosa Luxemburgo, y el sindicalismo revolucionario de Sorel. La organización revolucionaria no antecedía sino acompañaba en el camino de ir larvando un “consenso insurreccional”. El papel de las masas, de los movimientos sociales es el tema clave de la revolución. El papel del partido debía inscribirse en una realidad concreta como la realidad nacional, buscar los elementos de democracia y autonomía que se hallaban en las experiencias concretas que en el caso Europeo eran el soviet o consejo. Aquí podían ser las comunidades, los sindicatos, la resistencia del pueblo al centralismo o al Estado.
Como lo afirma César Germaná para Mariátegui la revolución era algo más que un cambio político del Estado, implicaba una transformación del orden social, la organización de la clase trabajadora sobre la base de una nueva racionalidad, la subversión de las relaciones intersubjetivas, el surgimiento de un nuevo sentimiento de vida. Para Mariátegui la crisis de su época no sólo era una crisis económica y política, era también una crisis ideológica en el más amplio sentido de la palabra, lo que le da un carácter de crisis civilizatoria a ser superada por la nueva civilización construida en el socialismo. El socialismo de Mariátegui implicaba: la colectivización de la economía, la socialización del poder, la instauración de relaciones de solidaridad. Flores Galindo en su bello libro “La Agonía de Mariátegui” afirma que el socialismo era para Mariátegui una tarea de largo aliento, que debía privilegiar la escena social y desarrollar ahí una paciente labor de organización y la construcción de un campo cultural propio contrario a la politiquería criolla que denunciaba en Haya.
“El socialismo implicaba una ruptura revolucionaria…el poder tenía que ser tomado por asalto pero no desde una minoría iluminada y autoproclamada, sino desde un movimiento de masas, como había sucedido con los soviet en Rusia, la toma de las fabricas en Turín y la insurrección en Hungría. Todo esto implicaba una crítica de la democracia burguesa por múltiples razones. El socialismo exigía la construcción de nuevas relaciones sociales y de un nuevo estado que podía y debía superar el parlamentarismo” según Flores Galindo.
Mariátegui expresará estas concepciones en diversas partes de su obra, las que lo distancian de las de las organizaciones “marxista leninistas” -que crecían al calor de los mandatos de las Internacional-, y del nacionalismo radical que hemos conocido. Esto se muestra en la importancia que le dio a la necesidad de conocer de manera colectiva con los obreros la realidad mundial cuando en una conferencia sobre la crisis mundial nos decía: “Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no tengo la pretensión de venir a esta tribuna libre de una universidad libre a enseñarles la historia de esa crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con ellos”, pues “Al proletariado le estaba destinado crear un nuevo tipo de civilización”.
Por otra parte, le quedaba claro que en la revolución Rusa los soviet eran el espacio central de autogobierno en el socialismo, espacio donde confluían las clases subalternas y donde dirimían, articulaban y negociaban sus intereses pasando a constituir una nueva forma de organizar el poder más allá del parlamentarismo con el ejercicio de formas de democracia directa. En su conferencia sobre los soviets rusos nos dice, para comprender mejor esto, que “la dictadura del proletariado, por ende, no es la dictadura del partido sino una dictadura de clase, una dictadura de la clase trabajadora”. A la luz de esto es también interesante observar su visión del partido, que actuaba acompañando en este proceso de ascenso del proletariado desde adentro, donde las élites o vanguardias se ganaban el derecho de serlo y no se imponían. No negaba pues la acción del partido pero tampoco negaba el protagonismo central de las masas. Por ello la importancia y la influencia reconocida por Sorel y el Sindicalismo revolucionario que a través de la experiencia de la acción directa confrontaba la acción reformista de la socialdemocracia parlamentarista que había debilitado al proletariado en Europa.
En este sentido, es importante destacar que lo central era, como lo afirma el historiador inglés E. P Thompson, la “experiencia” sobre la que se alimentaba la lucha de clases, sobre la que se forja la identidad, la organización, los sentidos de vida y las nuevas prácticas sociales de los trabajadores y las clases subalternas. A través de ella la clases revolucionarias, los “movimientos sociales” va construyendo una nueva “moral de productores” que a su vez se alimentaba de las energías del pasado, de la tradición que también es importante.
Por otra parte es importante el proceso que sigue el accionar de Mariátegui y las prioridades que tiene a la construcción del socialismo. La necesidad de reconocer la realidad peruana, el trabajo de definición ideológica colectiva a través de la prensa y la discusión, lo que dio vida a Amauta y también de Labor. La ruptura con Haya (con sus métodos caudillistas y que apelaban a los golpes de mano), la fundación del Partido Socialista y la construcción de una central sindical que se constituyera en un frente único (en la diversidad de concepciones) de clase, así como su preocupación por la causa campesina indígena y el ayllu como base de una nueva forma de orden social socialista.
Es obvia pues, la importancia de los movimientos sociales como sujetos sociales, organizados, con fines definidos más allá de las transformaciones que se han operado en estos a lo largo de los años y de los problemas que comportan en su relación con la institucionalidad vigente y los partidos políticos. Nos da pistas para el proyecto socialista que debemos construir hoy, para las vías de cambio social y la revolución. Efectivamente, el debate en el Perú y el mundo de la época de Mariátegui más bien nos remitía a las “clases sociales” que constituían la estructura de la sociedad capitalista, la sociedad civil. Y las clases subalternas más bien se situaban por fuera del juego de la democracia burguesa representativa, que dentro de la concepción de Mariátegui debía dar origen a una nueva sociedad con un nuevo estado o una nueva forma de institucionalidad política. Por tanto podemos hallar líneas de continuidad con los movimientos sociales del presente.
Además porque los elementos de las múltiples identidades, de la complejidad de nuestra sociedad tanto en la época de Mariátegui como en el presente hacen que la noción de movimientos sociales nos sea útil para hablar de los actores sociales como trabajadores que tenían fuertes componentes artesanales y plebeyos, de los campesinos que además eran indígenas, de los movimientos culturales de reforma de la universidad, el indigenismo entre otros que objetaban el orden de la República Aristocrática. Mariátegui puso los ojos en todos estos movimientos dentro del proyecto de transformación que postulaba y les daba la mayor importancia como hemos visto como la base de una nueva sociedad que se autogobernara y se asentara sobre nuevas relaciones sociales no capitalistas.
Los “movimientos sociales” en el presente y la construcción de una sociedad alternativa.
Las transformaciones sociales del presente resultante de las mutaciones del capitalismo y del avance de los trabajadores nos plantean un escenario diferente y donde las instituciones políticas tradicionales han entrado en una fuerte crisis. La globalización capitalista centralizando cada vez más el poder político y el poder económico, ha debilitado más que nunca a los Estados nación como espacios de negociación de conflictos, se han desdemocratizado y desnacionalizado. Se han debilitado las formas de representación en sociedades cada vez más complejas, en medio de procesos profundos de reestructuración social donde la exclusión social y el totalitarismo del mercado son elementos fundantes. Ante esta realidad, a diferencia de los grandes partidos de masas del pasado, de las guerrillas organizadas como vanguardias para tomar el poder, y los movimientos sociales de los sesentas y setentas han emergido los llamados nuevos movimientos sociales que en función de determinados temas e identidades buscan salidas a conflictos, cambios en la sociedad y también otros “mundos posibles” en su diversidad. Están enmarcados en una sociedad donde cada vez más las identidades son múltiples y volátiles, siendo organizaciones que persigue fines muy concretos, a través de organizaciones laxas, donde la subjetividad y la identidad son factores fundamentales aunque en algunos casos lleguen a tener estructuraciones más “duras”. Estos movimientos sociales se desarrollan fuera de la esfera institucional convencional. Además de encontrar movimientos de género, antinucleares, antimilitaristas, ecologistas, o toda la gama que ha emergido de organizaciones de resistencia contra la globalización, nos vamos encontrando con experiencias que en las grietas de la sociedad capitalista empiezan a construir alternativas globales y antagónicas frente al capital.
No se trata de mistificar a estas organizaciones, ni tampoco descuidar las realidades específicas en las que surgen o las distintas estrategias que utilizan. En Nuestra América son resaltables las experiencias del Movimiento Sin Tierra del Brasil, o la CONAIE del Ecuador, los piqueteros argentinos, incluso el neozapatismo mexicano que tiene su epicentro en Chiapas. Según los teóricos radicales estos tendrían las siguientes características:
- Actúan desarrollando "una construcción política marcadamente autónoma de los canales ofrecidos por la estructura capitalista (esa cada vez más aceitada articulación mercantil estatal). Es decir, no tienen como objetivo esencial la toma, la llegada o la negociación con el poder sino que se definen por la búsqueda práctica de nuevas y alternativas formas de vida, instaurando una lógica y un sentido contrarios a los que priman en la sociedad".
- Son movimientos que se definen como autónomos, con actores articulados sobre una plataforma territorial, identitaria, sectorial, etc. Con actores antes menospreciados o considerados secundarios por los partidos de izquierda.
- Son claves en ellos la acción directa y la construcción de lo que se denomina "contrapoder", o “poder popular”, de una "sociedad paralela". Construyen en el aquí y ahora potentes prácticas que se oponen frontalmente a la sociedad capitalista sin separar los social y lo político: ejercicio de la democracia directa "la capacitación, la autogestión, la delegación y rotación de responsabilidades, (donde) las conductas solidarias están integradas primero como vivencia y después como discurso", la horizontalidad, etc. En ellas se desarrollan nuevas relaciones sociales, políticas, económicas, etc.
- Si bien es cierto constituyen propuestas autónomas actúan de diversa manera frente al Estado combinando "la lucha por reformas democráticas...con experiencias masivas de proyección socialista en territorios acotados y con demandas sectoriales".
- Se distancian del clásico partido leninista y del sindicalismo incluso en sus versiones más radicales. Combinan autonomía, democracia y horizontalidad con eficacia. No obstante también tienen relación con los espacios de articulación política que pretenden la gestión del Estado, desarrollando una relación entre "organización social" y "política" retroalimentándose, tal vez el caso más famoso sea ahora el del MST y el PT, o la CONAIE con el Pachacuti.
Se plantean sobre ellos en estos momentos diversos problemas: su relación con los partidos, con los gobiernos sean estos populares o no, su naturaleza pues así como hallamos movimientos amplios y organizados también existen experiencias más pequeñas y concretas u otras surgidas de la propia dinámica del Estado en una sociedad caracterizada por la exclusión. Sus estrategias para construir espacios más políticos y gestionar espacios gubernativos o el problema de su articulación en la diversidad.
Lo importante para nosotros es comprender que en ellos, se hallan posibilidades de constituir núcleos de una nueva sociabilidad, de una nueva racionalidad, de nuevas formas de vida que en muchos casos se oponen frontalmente al capitalismo y delinean otros mundos posibles. Se construye en lo político, en lo económico y en lo cultural en muchos casos. Se convierten en una especie de “poder constituyente” que puede ser clave para la construcción del socialismo desde abajo y de una nueva civilización. Nos obligan a repensar sin duda el problema del o de los sujetos revolucionarios luego desvanecida la mistificación de la clase obrera como portadora trascendente de la revolución.
¿Y en el Perú?
No vamos a abundar aquí sobre el caso peruano, pero consideramos que aquí hay movimientos sociales en ciernes en medio de un proceso de reconstitución de los lazos sociales, de la lenta reestructuración social que vive nuestro país. El acompañarlos, promoverlos, son tareas que deben ser discutidas por la militancia popular. Las comunidades afectadas por la Minería, con componentes culturales en los que se reivindica la identidad y el territorio son un ejemplo en lo que se ha constituido en una de las conflictividades más importantes. El Movimiento (¿?) cocalero, los gremios agrícolas que se movilizan contra el TLC, las movidas urbanas alrededor de la contracultura, los movimientos contra la privatización del agua, entre otros nos muestran que donde hay poder, ante la embestida del neoliberalismo hay resistencia, dignidad, voluntad creativa que debe consolidarse, multiplicarse y articularse.
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